Hola Yurifans.
Me es grato llegar el día de hoy con un nuevo proyecto y con nuevo material para ustedes. Se trata de la traducción de un fic de Kannazuki no Miko. Es curioso, pero sabían que hasta el momento solo teníamos uno en el Baúl???Sacrilegio.
No voy a hacerla larga y los dejo con unas palabras de Saizoh, uno de los chicos encargados de traducir este trabajo a nuestro idioma.
Me es grato llegar el día de hoy con un nuevo proyecto y con nuevo material para ustedes. Se trata de la traducción de un fic de Kannazuki no Miko. Es curioso, pero sabían que hasta el momento solo teníamos uno en el Baúl???
No voy a hacerla larga y los dejo con unas palabras de Saizoh, uno de los chicos encargados de traducir este trabajo a nuestro idioma.
“Hola gente.
Quiero agradecer a Ali Dagos por querer compartir este fanfic de Kannazuki no Miko acá en el Baúl del Yuri.
Somos tres traductores (el fic original está en inglés) que estamos trabajando en este fic y lo consideramos el mejor fanfiction de esta serie, así que sin más volvemos a agradecer a Ali y a todo el personal de “El Baúl del Yuri” por acceder a compartir esta súper y entretenida historia por acá”.
Quiero agradecer a Ali Dagos por querer compartir este fanfic de Kannazuki no Miko acá en el Baúl del Yuri.
Somos tres traductores (el fic original está en inglés) que estamos trabajando en este fic y lo consideramos el mejor fanfiction de esta serie, así que sin más volvemos a agradecer a Ali y a todo el personal de “El Baúl del Yuri” por acceder a compartir esta súper y entretenida historia por acá”.
Autor: Tsuyazakura Kouyuki
Traductores: Saizoh, Dyablo y Salkantay.
Disclaimer: Kannazuki no Miko y todos sus personajes le pertenecen a TNK Stuido y a Geneon Entertainment y al apodado “Kaishaku”. Este trabajo es enteramente ficticio y sólo pretende ser una muestra de cariño y gratitud a una serie animada que yo considero una obra maestra que verdaderamente me encanta.
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Kannazuki no Miko: Las Amantes Eternas
Prólogo:
El Inicio de un Final
Saliendo de un portal – uno cuidadosamente
escondido para evitar miradas indiscretas – llegó hasta lo más alto del cerúleo
cielo el cual se extendía a lo largo de todo el horizonte. Bajo ella estaba la
sagrada ciudad de Izumo – formada sobre un gran disco que abarca al menos
varios miles de kilómetros proporcionando cobijo para algo más de cuatro
millones de personas – que brillaba a la luz del amanecer como una muchísimas
piedras preciosas.
A ambos lados de Ama no Ukihashi se encontraba
el hermosísimo bulevar y había alineados almacén tras almacén bajo la fresca
sombra de los árboles de cerezos que volvían a florecer ese año. Sobre el
limpio pavimento dioses y diosas pasaban sin apuro conversando con sus
respectivos compañeros en voz baja. Sus ojos inquietos y cansados miraban hacia
todos los lados como esperando a que saltara tras ellos un asesino escondido en
las sombras. Los Inmortales encontraron a sus asesinos cuando dos hombres
salieron de una próxima intersección… Permanecían en silencio y sus miradas
eran lo suficientemente espinosas para detectar un gran orgullo.
Los hombres eran lo suficientemente jóvenes y
apuestos para hacer descabezar a cualquier mujer. Aunque no fueron sus rostros
los que hicieron identificar que un mal agüero se avecinaba… sino que fueron
las mangas de sus níveas capas adornadas en la parte de las muñecas en los
cuales tenían dibujados unos pentagramas dorados dentro de unos círculos que no
era más que el La Sagrada División
de Mensajeros, el hogar de todos los espías.
Con todo los Inmortales del Paraíso miraron a
los mensajeros que se paseaban con arrogancia y sin preocuparse por los que
podrían llegar a tropezar apenas dándose cuenta del disgusto de los demás. Para
los ciudadanos de Izumo los Mensajeros eran comparables a una guarida de
víboras que atacaban a cualquiera que caía en la misma.
Claro está que los hombres podrían llegar a no
saberlo pero sus acciones manchaban sus nombres. Unas palabras mal medidas
podían llevar a que un pobre tonto fuera arrastrado al Santuario Central para
un interrogatorio. Y los Mensajes muy pocas veces hablaban mucho. Aunque
ninguno sería acusado injustamente gracias al perfecto sistema sostenido en el
Centro pero ser mirado sostenidamente por La Asamblea Celestial
no era una experiencia para nada placentera.
Como si percibieran la hostilidad a su
alrededor los Mensajeros apresuraron un poco el paso con un leve signo de
molestia. Y a pesar de que se dieron media vuelta para desparecer por un
callejón del bulevar de Ame no Ukihashi el humor de los viandantes no mejoró
mucho. Los dioses y diosas volvieron a sus actividades pero sus severas y casi
iguales expresiones lo decían todo sobre lo que notaban por dentro.
Algo interesante a notar es que ya que los
Santos Mensajeros acapararon toda la atención de los Inmortales directamente
ninguno notó los doce obeliscos de acero que se emplazaron a la distancia sobre
Izumo. A decir verdad fingían muy bien que aquellos bloques de metal no
existían ya que estuvieron bastante enojados con el Gran Señor de Izumo cuando
éste anunció que iba a mandarlas a construir y estuvieron furiosos cuando el
hombre desestimó su desaprobación. Al fin y al cabo los Pilares de Kusanagi
eran de todo menos una declaración de su libertad en Izumo puesto que
consideraban que ésta colgaba de un hilo muy fino que era un hecho que no les
gustaba para nada recordar. Pero ella se preguntaba por qué los Inmortales no
pensaban en emigrar a Reiha. El Corazón del Inframundo siempre fue un sitio más
hermoso para vivir y también uno en el cual el que se le permitía a la gente
tener tanta libertad como quisieran siempre que no violaran las leyes. Claro
que el Sello del Campo de las Rosas Cristalinas podrían llegar a encerrar sus
poderes durante el primer año que vivieran allí pero…
Le dio sacudidas hacia los lados a su cabeza
pues estaba desperdiciando tiempo valioso. Sus ojos trazaron el patrón del
hechizo de invisibilidad para asegurarse de que aún le funcionaba. Descendió
hasta un edificio ubicado al lado este de Izumo el cual parecía un exágono
desde la vista de los pájaros. Como era habitual el Salón de los Recuerdos era
vigilado y en sus inmediaciones no había alma errante alguna ya que los
Inmortales casi nunca iban por allí salvo que hiciera mucha falta porque
advertían los innumerables sellos invisibles y barreras tejidas alrededor del
edificio. Nadie tenía idea de las trampas que podrían llegar encontrarse si se
acercaban demasiado. Ella misma se daba cuenta de que con un paso en falso su
ya de por sí frágil existencia quedaría al descubierto. Los Inmortales de Izumo
siempre fueron unos cobardes pero ella no lo era.
Parada frente al Salón de los Recuerdos
concentrando sus poderes celestiales cada vez que se acercaba a un sello oculto
o barrera. Para su satisfacción cada una de las trampas se movía a cada uno de
sus lados dejando libre el camino hacia la entrada. Ella sonrío pues parecía
que seguía teniendo cierto control de su gran poder. Sin embargo cuando notó
una presencia poderosísima dentro del salón supo que se acercaba al Guardián.
¿Cómo era que estaba allí? Es verdad que el
salón era su oficina pero el hombre sólo trabajaba allí sólo dos veces a la
semana repartiendo sus otros deberes para con el Paraíso. Ciertamente éste no
era uno de sus días de trabajo en el salón pero su horario debió haber sido
cambiado mientras estuvo ausente en Izumo. Pensó que tenía muy mala suerte o
directamente la peor de las malas suertes murmuró irritada.
Pero no podía retirarse como una cobarde. Se
había ido para juntar las suficientes fuerzas para romper el límite dimensional
que protegía al Paraíso. La situación era grave puesto que corría el riesgo de
perder su posesión para preciada para toda la eternidad.
Decidió ser valiente así que abrió la puerta
doble. No le temía al Guardián pues ya sabía que él no le haría daño alguno
pero la posibilidad de que se negara a cooperar con ella la horrorizaba. Ella
no poseía el suficiente poder como para persuadirlo. Si el hombre así lo
deseaba tendría que volver con las manos vacías. Suspiró y se dijo que aunque
la posibilidad era nimia todavía la había.
“¡Vos…!” el Guardián del Salón de los
Recuerdos que era increíblemente guapo abrió grande los ojos. A pesar de que
ella vestía una capucha él la reconoció y que de no ser así la habría abatido. Se
hizo el silencio mientras que colgando de la plataforma flotante sobre el mar
brillante de los recuerdos que sostenía una torre de cristal cuya superficie
lisa reflejaba las luces del mar brillante al igual que los espejos mejor
pulidos… Un anillo de platino gigantesco que llevaba grabado las marcas del sol
y la luna en lados opuestos giraban en silencio alrededor de la estructura.
Ella frunció el seño pues era por la torre de Kannazuki que hoy el Guardián
estaba presente.
Se mordió los labios, cayó de rodillas, se
inclinó y puso la frente sobre el piso.
“Nii-Sama, te lo ruego… Por favor…”.
Rogó.
Él debía saber la razón por la que a pesar del
riesgo llegó a este sitio.
“De acuerdo”.
Se sorprendió y aunque bien sabía que él
estaba enamorado de ella nunca supuso que dejaría las reglas de lado.
“Nii-Sama, te lo agradezco muchísimo”.
Se volvió a inclinar ante él derramando
lágrimas pero tratando de controlar los sollozos.
Todos esos años dolorosos y desgarradores
habían llegado a su fin. Se puso de pie y casi temblaba de la alegría.
“No hacía falta semejante reverencia…”.
Se expresó el Guardián mientras se giraba y
extendía el brazo hacia el bloque de cristal que permanecía al otro lado de la
plataforma. Aquel era el dispositivo que controlaba el Salón de los Recuerdos
aunque se detuvo en seco cuando una pantalla holográfica apareció de la nada.
“¡Eh, ¿por qué no las liberaste aún…!? ¡Sabes
muy buen que la paciencia del Gran Señor es tremendamente limitada!”.
Se mostraba en la pantalla la cara de un
hombre mirada petulante y su voz no era menos soberbia. Ella tragó saliva… Era
Yuusaku, el Jefe de los Santos Mensajeros y el bastardo que era el segundo al
mando del Señor del Paraíso.
“¡Eh, ¿qué hay detrás de ti!?”.
Un orbe de luz cegadora apareció en la palma
del Guardián.
“¡Corre! ¡Corre enseguida! ¡Vuelve cuando
tengas la oportunidad!”.
Gritó el Guardián lanzando el orbe de intensa
luz a unos metros a su derecha partiéndose en mil pedazos desperdigados por
toda la sala. Ella corrió hacia la salida.
“¡Una intrusa!”.
Alcanzó a escuchar la voz de Yuusaku mientras
empezaban a sonar alarmas ensordecedoras.
Tenía que lograr a una distancia segura entre
ella y el Salón de los Recuerdos. Se detuvo y tejió otro portal pero apenas
metió la mano un relámpago blanquecino pegó contra el portal disolviéndolo.
Vio con horror que los doce grandes obeliscos
que rodeaban a Izumo brillaban intensamente de blanco como metales a casi el
punto de ebullición. El Sistema de Kusanagi había sido activado y ya sabía que
la querían eliminar.
Los rayos empezaron desplegarse de los doce
pilares de Kusanagi como tejiendo una tela blanca que ocultaba el cielo
cerúleo. Un trueno retumbó. Ella tragó saliva y se preguntó si lograría
sobrevivir ante esta adversidad.
Probablemente no…
Los rayos continuaban danzando. Ella levitó
poniéndose en guardia para esquivar los relámpagos. Pero su determinación
vaciló mientras el pánico brotaba de su alma. Más rayos se unieron a los que ya
danzaban formando una conexión eléctrica entre el cielo y la tierra. Se detuvo
en el aire y se dio cuenta de que ante el más mínimo movimiento sería
asesinada… pero los relámpagos chocaban cada vez más cerca de ella…
De la nada dos discos de luz blanquecina de
forma ovalada se pusieron uno a su izquierda y el otro a su derecha. Rápidamente
estos discos se unieron en su cuerpo teletransportándola antes de que los
relámpagos la alcanzaran. Ahora estaba segura atravesando un pasaje
dimensional. Allí se puso de pie… Nii-Sama la había salvado… Pero su gratitud
hacia él no podía disminuir el dolor de su corazón… porque volvió a verlo en
una situación desafortunada y sabía muy bien que no lo volvería ver hasta el
momento de su propia muerte…
………………………………………………………………………
“¿Tienes alguna idea de quién era la
intrusa?”.
Le pregunta el siempre magnífico Señor de los
Cielos al Guardián por medio de una pantalla holográfica. El hombre que parecía
tan juvenil que podría haber sido confundido como hermano del Guardián se sentó
detrás del escritorio de su amplio estudio mirando con frialdad a este último
con las manos entrelazadas y junto a él estaba Yuusaku, el jefe de los
Mensajeros con una expresión sombría y enojada. No soportaba el hecho de que la
chica hubiera eludido el sistema de ataque de los pilares de Kusanagi.
“Padre, no tengo idea”.
Le respondió de rodillas.
“Apenas estaba entrando al salón principal
cuando la vi así que no pude identificarla…”.
Yuusaku fulminó al Guardián con la mirada pero
no dijo algo. El Guardián agradecía que Yuusaku no estuviera en persona en
Salón de los Recuerdos pero su mentira no duraría mucho auque por otro lado el
Gran Señor de los Cielos le tenia tanto o aún más miedo a lo que representaba
el Salón de los Recuerdos que el resto de los Inmortales así que no le sacaría
de su puesto en el edificio.
“¿Ah, sí?”.
Le preguntó el padre del Guardián en voz baja.
“Así es, padre”.
Le volvió a responder de manera convincente ya
que era un buen mentiroso.
“Muy bien”.
Asintió el Señor de Izumo.
“Enviaré a los Mensajeros a cazar a la intrusa
y vos sigue con tu deber”.
Yuusaku no esperaba que se refiriera a los
Mensajeros como unos perros de caza y el Guardián suprimió una risa.
“Padre, como ordenes”.
El Guardián hizo una respetable reverencia a
al Gran Señor y la pantalla holográfica se apagó. Luego se puso de pie riendo
para sí mismo en voz baja. Casi lo descubren y se preguntó qué hubiera pasado
si la pantalla se hubiera activado justo cuando le entregó lo que la chica vino
a buscar.
Puso la mano sobre la Terminal Uno y accedió a los
controles del panel. La chica tuve en verdad mala suerte para decidir el
colarse el día de hoy en Izumo. Si hubiera sido en otro seguramente habría conseguido
lo que quería sin armar alboroto. Suspiró y pensó que si pudiera iba a
encontrar la manera de cumplir su deseo.
En el Salón de los Recuerdos un gran
torbellino apareció sobre la parte superior de la Torre de Kannazuki. La
puerta del ciclo de muerte y resurrección se abrió permitiendo el acceso de la
corriente eterna compuesta sólo de las almas de los mortales.
El anillo flotante de la Torre de Kannazuki dejó de
de girar y las marcas del sol y la luna empezaron a brillar con luz dorada y
plateada respectivamente. El Guardián vio a una pantalla que mostraba el
interior de la torre. Las cadenas estaban siendo retiradas de los altares y los
sellos se desvanecían. Había llegado el momento.
“Libérense”.
Pensó el Guardián.
La puerta del Ciclo se expandió y tronó el
relámpago que empezó a girar por el anillo platino de la torre. La superficie
de las marcas de la luna y el sol ondularon como cuando una piedra es tirada
sobre la superficie de un estanque. A partir de unas placas verticales
surgieron dos esferas de luz, una de oro y otra de plata. El Guardián suspiró y
alcanzó a ver el interior de las esferas. La representación de dos jovencitas
adolescentes vestidas con el tradicional uniforme de sacerdotisas chihaya y
hibakama inalterables con el paso del tiempo.
El Guardián se frotó la sien pues la vergüenza
lo azotaba. Él no era el responsable del sufrimiento de las mortales
reencarnadas pero había sido su guardián durante los últimos tres mil años… el
que había sido testigo del ciclo de sufrimiento que continuaría hasta el final
de los tiempos. En cierto modo él era tan vicioso como los que la habían
empezado a hacer reencarnar en la
Torre ahogándolas en el supremo dolor.
“Vayan, hijas del santuario lunar. Vayan con
la bendición del Cielo para proteger la paz del mundo de los humanos”.
Las dos esferas se elevaron despareciendo en
la oscuridad de la Puerta
del Ciclo. Un segundo después el remolino se desvaneció.
El Guardián se volvió hacia la salida del
Salón de los Recuerdos con dolor al caminar. ¿Proteger la paz del mundo de los
humanos? Esa fue una mentira escandalosa. Él sabía por qué las dos chicas
fueron enviadas ahí… por lo que tuvieron que sacrificar su futuro… y su amor…
El Guardián empujó la puerta doble saliendo
del sitio. Afuera vio el Palacio Celestial en el corazón de Izumo. Sabía que su
amada hermana estaba ya lejos pero de alguna manera la podía ligeramente oír
llorar…
…………………………………………………………………………..
“¿Lo notaste, Akira?”.
Dijo Yui sin darse la vuelta para mirar a la
persona con la que estaba hablando. En vez de eso observaba el inmenso campo de
lirios que lo cubrían todo hasta el horizonte.
Brillaba el sol y las flores se agitaban por la brisa. Irónicamente ni
la luz producía mucho calor ni la brisa movía mucho lo que debía.
“Las sacerdotisas de Kannazuki fueron
liberadas…”.
Continuó Yui mientras apuntaba al portón pero
no tenía mucho sentido ver una ilusión por muy bella que pudiera ser…
Yui se acomodó en su sillón observando a
Akira, su hermano menor, que no era tan guapo como el Guardián del Salón de los
Recuerdos pero nunca se dejó desmayar por el susodicho Guardián como tantas
otras diosas del cielo. Su hermano menor parecía un hombre que había sido
hambreado durante mucho tiempo y ahora dudaba que con la demacrada cara sin
emociones de Akira alguna de las diosas quisiera tener algo con él sobre todo
ahora que estaba postrado en cama…
“Diecisiete años…”.
Dijo Yui en voz baja.
“Sólo unos diecisiete años más y ellas serán
libres. Te lo juro. Nadie se interpondrá en tu camino y en el de ellas nunca
más”.
Pero Akira no dio muestras de que la oyera.
Yui volvió a suspirar levantándose para irse.
En un destello de luz dorada se había esfumado y reapareció en el exterior bajo
el cielo estrellado. Ella volvería a visitarlo en otro momento. Abrió un portal
dimensional para dejar la superficie de la luna desierta. Los Santos Mensajeros
podrían estar observándolos de cerca.
“Los mortales nunca averiguarían lo que se está
tramando… Bueno, en realidad lo descubrirán en un futuro no tan lejano cuando
el cielo mismo tiemble por tu ira…”.
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