martes, 15 de abril de 2014

Extraños en la noche - Capítulos 9 y 10

Hola Yurifans,

Primero que nada les quiero ofrecer una disculpa por dejarlos esperando tanto tiempo, mi servicio de Internet en casa sufre "una falla masiva" (es lo que dicen los del servicio técnico). No se, como vuelva a llamar sin obtener solución y encima me digan "Señora" mato a alguien eh.

En fin, para compensar acá están dos capítulos seguidos y dejaré programado otros dos para mañana.

Mil gracias a Isles por compartir esta historia :)

Extraños en la noche
Capítulo 9

A/N: Perdonen por la demora con este capítulo. Espero que les guste. Por cierto, falta poco para que este fic termine :). 

                Jane pestañó varías veces antes de sacudir la cabeza, intentando deshacerse del sueño que sentía. En sus manos sostenía una revista e intentaba leer, pero lo único que veía eran fragmentos de palabras difusas. Cerró la revista y agarró el móvil que yacía a su lado. Eran casi las 4:00AM. Con un suspiró se levantó y estiró los brazos a la vez que bostezaba. La noche había transcurrido sin problemas; Milo no se había despertado, Maura había despertado por varios segundos unas horas atrás pero siguió durmiendo.

                “Maura” pensó, dirigiendo la mirada hacia las escaleras que la llevarían hacia la habitación de la mujer.
                Se estiró una vez más y dio la vuelta al sofá, caminando hasta la cocina para buscar un poco de agua. Cuando estuvo a punto de poner un pie en el primer escalón de la escalera, se detuvo y miró en dirección del cuarto del niño. Sin pensarlo dos veces se dirigió lentamente hacia él para asomarse por la puerta, asegurándose de que estuviera bien. Milo dormía tranquilamente aferrado a su manta. Jane no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en sus labios al notar el brillo de la placa que le había dejado sobre la mesita de noche. Milo se llevaría una gran sorpresa al despertar, de eso estaba segura.
                Con vaso en mano subió las escaleras, escuchando el crujir de la madera con cada paso que daba. Cuando abrió la puerta de la habitación de Maura, abrió los ojos sorprendida al ver que la mujer movía uno de sus brazos e intentaba levantarse. Jane se apresuró hacia ella, dejando el vaso del agua al lado del otro vaso vacío sobre la mesita de noche.
                 –Te ayudo  –susurró en silencio de la habitación, ayudando a la rubia a sentarse en la cama. Maura la miró con una mirada desconcertada.
                 –¿Jane?
                La morena ahogó una carcajada al escuchar el tono desconcertado con el que pronunció su nombre. Estaba segura que la confusión en los ojos claros de Maura se debía a la fiebre y el hecho de que sus ojos estaban apenas abiertos.  
                 –Hicimos un trato, ¿recuerdas? Yo me quedaba para cuidar de ti y así podrías dormir tranquila. –Le recordó.
                 –¿De mí?  –Su tono hizo que Jane ladeara la cabeza con curiosidad–. De Milo. Lo que más importa es el bienestar de Milo –aclaró, mientras que con sus manos recogía su cabello dorado haciéndolo a un lado.
                Jane sonrió disimuladamente. Si de ese modo quería verlo la mujer, le seguiría el hilo.
                –Claro, y no tienes que preocuparte por él porque está durmiendo como un angelito –decía mientras humedecía un pañuelo.
                –¿Qué haces? –preguntó con tono alarmado al sentir los largos y fríos dedos de Jane acunar su barbilla, haciendo que alzara la cabeza.
                –Cumpliendo con mi parte del trato –murmuró de forma apenas audible, concentrada en lo que hizo siguiente: usó el pañuelo húmedo para limpiar el sudor de la frente de Maura. Sus ojos estaban fijos en la piel que limpiaba, tenían que estarlo. Sentía la mirada de Maura sobre ella, como si estuviera estudiando cada centímetro de su rostro. Y estaba segura de que si sus miradas se cruzaban, sería su perdición. Pero ese no era momento para eso. Lo que más deseaba en ese instante era que Maura se recuperara–. Te he traído un poco de agua –. Acercó el vaso y Maura le agradeció con una sonrisa afable.  
                –Me siento mal por hacer que te quedarás ¿No has dormido nada? –preguntó antes de tomar otro sorbo de agua.
                La confesión tomó por sorpresa a la morena, pero se recuperó rápido. Ya se había olvidado del sueño que sentía unos minutos atrás.  
                –¿Cómo voy a cuidart…cuidar a Milo si duermo?
                –Tienes que trabajar… –susurró sintiéndose culpable de haber privado a la detective de su sueño. Ella tenía dos días libres, pero Jane no.
                –Deja que yo me preocupe de eso –. Agarró el vaso vacío de las manos de Maura, tragando en seco al sentir el roce de sus dedos.
                –Necesito ir al baño –decía, levantándose, cerrando los ojos al sentir una presión en su cabeza.
                Jane la sostuvo rápidamente al ver que se tambaleó.  
                –Eres muy testaruda, déjame ayudarte.  
                –No soy testaruda.
                –Como diga doctora Isles. –Esta vez no pudo reprimir la risa. La ayudó a caminar, sosteniéndola de un brazo y con la otra mano en la espalda baja–. Te esperaré aquí –avisó abriendo la puerta del baño en la habitación de Maura y se apoyó en ella al cerrarla. Cerró los ojos para descansar la vista y de repente sintió todo el cansancio acumulado de esos días. Su garganta emitió un sonido de frustración al pensar que le esperaba un largo día de trabajo.
                Abrió los ojos al sentir que la puerta se abría y se giró para mirar a la rubia.
                –Necesito tomar la temperatura –le dijo al ayudarla a sentarse en la cama nuevamente.
                Maura se acomodó acostándose y cubriéndose hasta la cintura con la sabana. Extendió su mano hacia la morena que le entregó el termómetro. Jane esperó pacientemente, mirando el rostro de Maura que había cerrado los ojos mientras esperar a escuchar el sonido del aparato. Su rostro aún estaba pálido pero poco a poco comenzaba a recobrar su color.
                –Ha bajado un poco –comentó al ver el número.
                Jane le quitó el termómetro e hizo una mueca al ver los números.
                –No lo suficiente. –Dejó el termómetro sobre la mesita de noche y subió las sabanas cubriéndola un poco más antes de sentarse al borde de la cama. Maura la miró extrañada ¿acaso pretendía quedarse ahí hasta que se durmiera? –¿Te duele la cabeza? –Preguntó al notar que Maura cerró los ojos con fuerza.
                –Un poco –respondió sin abrir los ojos.
                Jane hizo a un lado la mano de Maura que frotaba su frente, y colocó un pañuelo húmedo sobre su frente. Maura abrió los ojos al sentir el pañuelo frío.
                –Enfermarás –susurró.
                –Demasiado tarde para decirme eso, ¿no crees? Además, ya te dije que no, tengo un sistema inmunológico de hierro. 
                –No entiendo esa analogía. Si tuvieras un sistema inmunológico de hierro no estarías viva.
                Jane quedó boquiabierta, mirándola, buscando alguna pista que le dejara saber si Maura estaba bromeando o no. Pero la expresión seria de la mujer no dejó dudas de que sí estaba hablando en serio.  
                –Pensaba que estando enferma, esa mente tuya dejaría de funcionar un poco.
                –Espero que no porque eso sería una urgencia médica.
                –Sabes qué –decía mientras humedecía el pañuelo otra vez y lo colocaba de nuevo en la frente de Maura–. Me encanta tu sentido del humor. –Inconsciente de sus palabras, siguió organizando y recogiendo los vasos de la mesita de noche, sin percatarse del sonrojo en las mejillas de Maura–. Ahora vuelvo, ¿tienes más pastillas?
                –Sí. Las dejé en mi bolso de trabajo. –Con ojos entrecerrados observó a la mujer salir de la habitación. Cerró los ojos y tocó con las yemas de los dedos el pañuelo en su frente. Jane estaba cuidando de ella, no tenía por qué hacerlo y aun así…Nadie antes la había cuidado de ese modo, ni siquiera su propia madre. Desde pequeña aprendió a cuidarse ya que su madre era una persona muy ocupada y el que ella enfermara no era más que una molestia para Constance. Los cuidados que alguna vez recibió fueron de parte de su atento padre, que siempre intentó estar presente a pesar de sus viajes recurrentes de negocios.
                –He traído dos… –Se calló al alzar la mirada–. ¿Estás dormida? –preguntó en voz baja.
                –No –susurró Maura abriendo los ojos.
                Jane le entregó las pastillas y un vaso de agua.
                –Tengo que ir a mi apartamento antes de ir al trabajo, puedes dormir un par de horas más.
                –Puedes descansar, Jane.
                Jane quitó el pañuelo de la frente de Maura, apartando un mechón húmedo antes de secar con otro pañuelo.
                –No estoy acostumbrada a que cuiden de mí –murmuró Maura. Jane la miró sin saber qué decir o qué hacer; ella tampoco había cuidado de este modo a alguien. Después de varios segundos, le sonrió.
                –Descansa.
                Observó cómo Maura asintió levemente antes de cerrar los ojos. Salió de la habitación y bajó las escaleras hasta la cocina. Tendría que hacer algo para no rendirse ante el sueño. Lanzó una mirada hacia el reloj en la pared; podría prepararse un café y aprovechar para comenzar a preparar algo para hacerle de desayuno a Milo. Y  eso fue justamente lo que hizo. El café la ayudó a mantener sus sentidos despiertos, lo suficiente para funcionar. El tiempo pasó, para su sorpresa, bastante rápido.
                –Jane, Jane.
                Jane escuchó los pasos apresurarse hacia ella y cuando se giró se encontró con un niño en pijamas con cabello despeinado, y sosteniendo la placa entre sus pequeñas manos, mostrándosela con una gran sonrisa en sus labios.
                –¿Te gusta? –le preguntó, acariciando el cabello del niño, despeinándolo aún más. Se preguntaba si pensaban pelarlo pronto o si dejarían su cabello de ese largo.
                –¡Sí! –exclamó y sus ojos volvieron a enfocarse en el color dorado del placa que parecía brillar.
                –Mantuvo a todos los monstruos lejos de tu cuarto.
                El niño parecía que explotaría de la emoción en cualquier momento, y su estado de humor era muy contagioso. Jane no pudo evitar reír con él.
                –¿Y Mau? –Preguntó al notar la ausencia de su hermana.
                –Aún duerme. Tu hermana no se siente muy bien, así que necesita mucho reposo.
                –¿Se pondrá bien?
                Jane lo miró y dejó a un lado la espátula que sostenía en una mano para girarse y dirigirse al niño con toda su atención.
                –Claro que se pondrá bien. Tu hermana es muy fuerte, ¿verdad?
                –Sí.
                –Entonces ya verás que se recuperará.
                El niño asintió y su atención hacia Jane fue interrumpida cuando vio el caparazón de Bass. Jane lo siguió con la mirada, observando cómo abrió el refrigerador y sacó dos fresas.
                –Milo… No creo que sea buena idea que hagas eso –dijo con preocupación al ver que el niño pretendía alimentar al animal.
                –Mau me mostró cómo hacerlo, ¿quieres?
                Jane hizo una mueca al caer en cuenta que el niño le proponía que alimentara a Bass también. Prefería mil veces no hacerlo. Aún no estaba tan cómoda con el extraño animal como para acercársele, mucho menos alimentarlo. ¿Qué pasaba si perdía un dedo? Tal vez estaba exagerando… pero era mejor ser precavido. Se acercó al niño para asegurarse de que sus dedos estuvieran seguros.
                –Ves.
                –Tuviste una buena maestra –comentó con una sonrisa, atendiendo lo que cocinaba.
                –¿Qué huele tan rico?
                –Panqueques.
                –¿Puedo comer?
                –Claro que sí. Los estoy haciendo para ti y tu hermana.
                –¡Mau!
                –Buenos días Milo, te has levantando temprano. –Dirigió su mirada hacia la morena que la miraba boquiabierta.
                –Maura… ¿Qué haces levantada?
                –Necesitaba estirar las piernas. La temperatura me ha bajado, ya no tengo fiebre.
                Jane suspiró aliviada.
                –¡Mau! –Volvió a exclamar el niño y le mostró la placa de policía.
                –Oh, la detective ha cumplido con su palabra.
                –Siempre –dijo, colocando dos platos con panqueques sobre la mesa–. Coman.
                Milo y Maura comenzaron a comer mientras hablaban sobre la placa que le había regalado Jane. Jane los observaba en silencio, tomando otra taza de café.
                –¿Esperas a alguien? –Preguntó la morena al escuchar la puerta principal abrirse.
                –Maura –llamó una mujer al entrar en la casa–. ¿Milo? –La mujer se detuvo en seco al registrar la imagen que tenía enfrente de ella.
                –Madre.
                Jane casi escupe el café al escuchar a Maura. ¿Esa era la madre? Tragó en seco y dejó la taza de café a un lado para alisarse la ropa con sus manos.
                –¿Y tú quién eres?
                Jane ignoró la seriedad en el tono de la mujer.
                –Detective Jane Rizzoli. –Extendió su mano para saludarla. Por un instante, la expresión de la mujer la hizo dudar si la saludaría.
                –Constance Isles. –Saludó a la morena con un firme agarre–. ¿Ha pasado algo? Por qué está la detective Rizzoli… ¿haciendo panqueques?
                –Madre, Jane…
                –Soy su amiga –interrumpió Jane.
                Constance miró a las dos mujeres con curiosidad.
                –Milo, busca tu mochila.
                –Pero…
                –Ahora, Milo.
                El niño hizo un puchero antes de bajarse de la silla.
                –Milo se puede quedar conmigo hasta mañana, madre.
                –Por favor Maura, te ves horrible. Estoy segura que podrás cuidarte mejor si no tienes que estar pendiente de él también.
                –Perdone que me meta en sus asuntos familiares, pero Maura ha cuidado de su hermano…
                –Jane –la interrumpió Maura, cabizbaja. No permitiría que mintiera por ella. Las palabras de su madre tenían algo de verdad en ellas.
                Constance estuvo a punto de responderle a la detective pero Milo corrió hacia ella.
                –Estoy listo. –Miró a su hermana–. ¿Te sientes mejor?
                –Sí. –Se levantó de la silla para abrazar al niño–. Nos vemos mañana, Milo. –Alzó la mirada hacia su madre que asintió.
                –Adiós, Milo. –Se despidió Jane, siguiendo a la mujer con la mirada. Cuando la puerta se cerró, cruzó los brazos sobre su pecho y se giró hacia la rubia con una mirada seria–. ¿Tu madre siempre te trata de ese modo?
                –Jane… –Se cerró la bata del pijama, abrazándose a sí misma–. Es mi madre. Es mejor que no te entrometas en mis asuntos familiares.
                –Lo siento… Es mejor que… Tengo que prepararme para ir a trabajar. No olvides tomar los medicamentos.
                –No lo olvidaré… –Inhaló con fuerza al escuchar la puerta de la entrada cerrarse. Jane se había apresurado para salir de ahí.
                “Después de los cuidados que me ha dado… ¿Así la trato?...” pensó, subiendo las escaleras para volver a meterse en la cama.

*****
                –¿Y a ti qué te pasa? –Preguntó Frost, mirando por encima de la pantalla de la computadora a su compañera.
                –No he dormido –respondió y tomó otro sorbo de lo que vendría siendo su quinto café en el día.
                –¿Y eso?
                –Estuve cuid… –Cerró la boca al darse cuenta que estuvo a punto de decir que había pasado la noche en la casa de Maura–. Fue una noche larga.
                –Imagino –comentó Korsak desde su puesto, intentando ocultar su sonrisa detrás de la pantalla.
                Jane le lanzó una mirada seria que hizo que el hombre regresara su atención al reporte que estaba completando.
                La morena suspiró cansada. En unas horas más podría ir a casa y dormir. Se preguntaba cómo estaría Maura, si había mejorado… si se sentía bien…
                –Jane, tu móvil está sonando.
                –¿He? –Miró a Frost antes de caer en cuenta que el móvil le estaba avisando de un nuevo mensaje–. Hmmm. –Abrió los mensajes y se sorprendió al ver que era de Maura.
                “Hola Jane. Quería disculparme por mi reacción de hoy. Gracias a tus cuidados me siento mucho mejor. Espero que puedas descansar pronto. M”
               La detective sonrió de oreja a oreja, releyendo el mensaje varias veces. Los dos hombres se miraron extrañados y curiosos por la reacción de Jane.  

Capítulo 10

 A/N: Qué puedo decir… Gracias por la paciencia y espera que me han tenido. Como había mencionado en mi blog, he comenzado a trabajar y no había tenido chance a escribir mucho. Aún me estoy organizando con mis nuevos horarios e intentando hacerme un tiempito para seguir escribiendo.

Espero que este capítulo les guste.



–No hablará sin un abogado. –Refunfuñó al salir de la sala de interrogación.
                –Sin su confesión seguiremos sin nada –comentó Frost.
                –Para algo ha de servir la evidencia que tenemos. –Korsak bebió un sorbo de su café antes de mirar a través del cristal; el joven estaba sentando en la silla con los brazos cruzados sobre su torso.
                –Para nada servirá si no podemos conectarla a él. Está muy calmado y habló lo suficiente contigo como para saber lo que tenías.
                –Me di cuenta. –Sacó el móvil y le lanzó una mirada rápida antes de hacer una mueca.
                –¿Qué pasa?
                –El doctor Pike quiere hablar conmigo.
                –Bueno, eso te lo dejamos a ti. –Se apresuró a decir Frost, aclarándose la garganta.
                –Ya veo. –Sonrió, moviendo la cabeza de un lado a otro negativamente.
                En el elevador no dejaba de ojear el botón que lo detendría en el primer piso. El doctor Pike podría esperar cinco minutos más, pero ya necesitaba una dosis de cafeína, especialmente si tendría que tratar con el hombre.
                –Un café bien oscuro, Ma. –Fue lo primero que dijo al llegar.
                –¿Acaso no saludas a tu propia madre? Joan me saluda todos los días y no es familia mía.
                –¿Joan?
                El oficial que estaba al otro extremo del mostrador aclaró la garganta y le sonrió a la detective, sacudiendo lo hombros.
                –Ah. ¿Cómo están los niños, Joan?
                –Muy bien, Rizzoli.
                –Me alegra escuchar eso.
                –Aquí tienes, Joan. Qué tengas un buen día. –Angela le entregó el vaso con café oscuro y una bolsa con un sándwich.
                –Igualmente, Angela. Para ti también Rizzoli.
                Jane asintió agradecida y lo siguió con la mirada hasta que estuviera segura que no escucharía lo siguiente que iba a decir:
                –¿Desde cuándo estás con tratos de primeros nombres? No llevas ni un mes trabajando aquí.
                –Soy una persona muy social, no lo puedo evitar. En cambio otras ni saludan a sus propias madres –fingió un tono dolido.
                –Ma… Solo necesito mi café. Prometo que tu saludo no será olvidado otra vez.
                –¿Por qué tanta cafeína? Ayer no hiciste más que dormir desde que llegaste del trabajo.
                –Porque me quedé cuidando de Maura y su hermanito. No dormí nada… ya te había dicho. –Suspiró, recordando que no había sido decisión suya el decirle a su madre, sino que prácticamente la obligó a darle una explicación.
                –Me gustaría conocer a su hermanito.  
                Jane suspiró y apoyó los codos sobre el mostrador.
                –No sé si eso sea posible, Ma. Ya sabes cómo están las cosas entre Maura y yo… creo que he hecho algo de progreso, pero no dejo de sentirme como si Maura estuviera al otro lado de la habitación y tuviera que caminar por un suelo lleno de cristales rotos… si me llegó a equivocar… me corto –decía con la mirada perdida.
                Angela ladeó la cabeza, mirando con curiosidad a su hija. Jane nunca hablaba de ese modo; últimamente parecía estar con la cabeza en otro mundo y con sus pensamientos desorganizados. ¿Acaso así la hacía sentir Maura? ¿Acaso Jane estaba enamorada?
                –Entonces… –dijo, colocando el café enfrente de su hija que parecía haberse olvidado por completo del interés y la exigencia que había tenido por tenerlo–. ¿Irás a verla? Ayer no fuiste…
                –No sé si sea lo mejor, Ma. Tal vez lo mejor sea esperar a que regrese al trabajo y verla aquí –decía, no muy segura de querer que así fuera. Quería verla. Ayer se moría por subir al auto y conducir a la casa de Maura una vez más simplemente para saber cómo se sentía, para verla. Eso era lo único que quería. Pero de alguna parte había sacado las fuerzas para mantenerse dentro de su propia casa. No se había despedido de Maura de la mejor forma cuando se fue la mañana del día antes; aunque los mensajes de texto que le siguieron desde entonces habían sido muy agradables. Maura se había disculpado con ella por su reacción cuando Jane se había entrometido en sus asuntos familiares. Aunque Jane no necesitaba escuchar ninguna disculpa, ella sabía, en el momento que abrió la boca y preguntó, que había metido la pata. El último mensaje de Maura había sido de esa mañana, le había respondido diciendo que se sentía mucho mejor. Aunque Jane no estaba segura si estaba diciendo la verdad, ya que había comprobado cómo era la versión de “bien” o “mejor” de la doctora.
                –Deberías ir. No pierdes nada con hacerlo.
                –La puedo perder a ella.
                –Creo que ya la perdiste una vez, hija. El destino te la ha puesto enfrente otra vez y no creo que sea para que ahora tengas miedo de caminar en ‘tu habitación’ para acercarte a ella. Sí, te harás uno que otro corte, meterás la pata y te darás una que otra patada a ti misma. Pero Janie, tú nunca te has rendido así de fácil.
                –No me estoy rindiendo, Ma. –Suspiró–. Solo no quiero arruinarlo otra vez.
                –Haz lo que tu corazón mande y deja de pensar tanto con la cabeza, Janie. Si quieres verla, simplemente ve.
                Jane sonrió levemente y si no fuera por el mostrador que la separaban, la hubiera abrazado.
                –Tengo que regresar a trabajar… Gracias por tus palabras, Ma. –Agarró el vaso de café y bebió un poco.
                –Siempre puedes hablar conmigo, hija.

*****

                Era increíble cómo una persona se acostumbra a algo en tan poco tiempo; se le hacía tan extraño bajar a la morgue y no ver a la doctora. En cambio ahora el Dr. Pike la esperaba en la entrada con una sonrisa que, en vez de alegrarla, la asustó un poco.
                –¡Detective!
                –Buenos días, doctor. ¿Tiene algo para mí? Recibí su mensaje.
                –Sí, sí. Sígame por favor. –Caminó hasta una mesa de aluminio y agarró una carpeta que estaba sobre ella–. El laboratorio ha comparado el ADN que se encontró en la escena del crimen y no coincide con la muestra que tenemos.
                –Esa no es una buena noticia –dijo con tono serio, sintiéndose confundida al recordar que la había recibido con una sonrisa, como si tuviera buenas noticias para ella.  
                El hombre puso una cara pensativa, meditando las palabras de la detective.
                –Doctor Pike, he dejado todo en orden.
                El doctor mostró una expresión irritada antes de girarse y dirigirse hacia la dueña de la voz:
                –Le había dicho que todo estaba en orden. No he tocado nada en su oficina. –La molestia era palpable en su tono.
                –Como es debido –respondió en un tono serio.
                –¿Maura? –Jane dio un paso hacia un lado para poder ver a la mujer y abrió los ojos como si hubiera visto a un fantasma–. ¿Pero qué haces aquí? ¡Estás enferma!
                –Eso mismo dije yo –murmuró en voz baja, lo suficiente para que la doctora no lo escuchara.
                Maura se aclaró la garganta, manteniendo la compostura ante la reacción de la morena.
                –¿Me puede acompañar a mi oficina, detective?  
                Jane miró al doctor y forzó una sonrisa.
                –Claro, Dra. Isles. –Siguió con la mirada a la rubia que se dirigió de regreso a su oficina–. Y gracias por el aviso Dr. Pike. Cualquier otra cosa que encuentre, me avisa.
                –¡Lo haré! Detective Rizzoli.
                Jane forzó otra sonrisa antes de dirigirse hacia la oficina; esperaba no recibir un mensaje o llamada del doctor cada cinco segundos.
                –Maura. –Se sorprendió a sí misma al escuchar cómo su tono de voz cambió al dirigirse a la mujer. Cerró la puerta al entrar y miró a la rubia. No tenía aspecto de estar enferma, o al menos eso pensó hasta que Maura se dobló al toser de una forma descontrolada. Jane se acercó y comenzó a acariciar su espalda inconscientemente–. ¿Te busco un vaso de agua? –preguntó cuando la tos cesó.
                –No… ya estoy bien… gracias.
                Jane cayó en cuenta de donde tenía la mano y la retiró.
                –¿Por qué estás aquí Maura? Te ves bien pero hay algunas cosas que el maquillaje no puede ocultar.
                –Necesitaba distraerme… y te había dicho que estaba mejor…
                –Eso fue hace unas horas. –Sin avisar, tocó la frente de Maura con la parte trasera de sus dedos–. Hmmm.
                Maura alzó una de sus cejas, esperando el veredicto de la morena.
                –Parece que no tienes fiebre… –retiró su mano y suspiró aliviada.
                –Claro que no. ¿Intenta decirme que pensó que le había mentido, detective? –ladeó la cabeza intentando contener su sonrisa.
                Jane estuvo a punto de protestar al escuchar que volvía a llamarle por su título, pero el tono que había usado le dejó saber que no era nada parecido a lo de antes. Puede ser que sus labios no le estuvieran mostrando una sonrisa, pero el tono de su voz sí… y ni hablar de sus ojos, aunque en ese momento los tenía un poco rojos y brillantes por las lágrimas que habían ocasionado la tos.
                –¿Si necesitabas distraerte por qué no fuiste a otro lugar que no fuera… la morgue?
                –Es donde trabajo, Jane.
                Jane sonrió como una idiota al escuchar su nombre, y ante la mirada curiosa de la rubia, intentó ocultar su emoción.
                –Al decir eso solo me das más la razón. ¿Y Milo?
                –No entiendo lo que quieres decir… Y Milo estará con mi madre por unos días. Tiene que viajar a Europa y quiere estar con él durante ese tiempo. Yo me quedaré con él después de eso.
                –¿Y tú trabajo?
                –Milo tiene una niñera, Jane. Ella cuidará de él mientras yo no esté disponible por trabajo.
                –Mi madre quiere conocerlo. –Al escuchar lo que había dicho sintió que todo el aire se escapó de sus pulmones como si le hubieran dado un golpe seco en el abdomen. ¿Por qué había dicho eso? Necesitaba comenzar a pensar antes de hablar.
                –¿Has hablado con tu madre sobre Milo? –preguntó con curiosidad. “¿Has hablado sobre mí?” pensó.
                –Emm… sí… ella me ayudó a buscar la placa para él… –No estaba siendo muy coherente y estaba segura que Maura no había entendido mitad de lo que había dicho.
                –Podría conocerlo cuando se quede conmigo –propuso.
                Jane abrió los ojos sorprendida ante el ofrecimiento. –¿En serio? –preguntó como si no se lo pudiera creer.
                –Claro. –Se cubrió la boca antes de volver a toser.
                –Deberías regresar a casa y descansar, es tu último día libre. –Maura fue a abrir la boca para concordar pero otra ola de tos la detuvo–. Deberías estar en casa en… –Su mirada recorrió todo el vestido de Maura– unos pijamas… despeinada y viendo películas como el Titanic.
                –¿Te refieres al RMS Titanic?
                –¿Qué?
                –El transatlántico británico de 1912.
                Jane había quedado boquiabierta.
                –¿Acaso no has visto la película? –preguntó, abriendo los ojos aún más al ver que Maura estaba hablando en serio.
                –No sabía que había una película… sí he visto algunos documentales.
                –No lo puedo creer –susurró, alucinada–. Podría prestártela, he de tenerla en algún lado en mi apartamento.
                –¿Estaría en Netflix?
                –Supongo que sí… es una película muy vieja ya.
                Maura entrecerró los ojos un poco, estudiando el pequeño, casi imperceptible cambio en la expresión de Jane. ¿Había sido ideas suyas o Jane había sonado un poco decepcionada?
                –Podrías acompañarme si deseas –propuso en voz baja–. Viernes por la noche, ¿te parece bien? –Sonrió al ver la confusión seguida de sorpresa y emoción reflejadas en el rostro de la mujer enfrente de ella.
                –Viernes… claro, sí claro –repitió, sonando más segura.
                –Ahora… detective, –Ojeó el vaso de café que Jane aún sostenía en una de sus manos–. Imagino que ya habrá almorzado…
                –No –se apresuró a decir–. Habíamos traído a un sospechoso y justo acabo de terminar de interrogarlo antes de bajar a la morgue… No he tenido chance para almorzar.
                –¿Me acompaña entonces?

*****
                –¿Necesitas algo más? –preguntó desde la cocina.
                –No, gracias.
                Jane caminó hasta la mesa con un vaso de agua en la mano y en la otra sostenía un tenedor y varias servilletas de papel.
                –No sabía que este lugar existía –comentó Maura que había terminado de comer su chow mein y ahora estaba ojeando el menú de entregas.
                –No tengo mucho tiempo para cocinar… y tampoco que sepa mucho… así que hago muchos pedidos. Ese lugar tiene una de las mejores comidas chinas.
                –Hubiera pensado que después de comer tanta comida china, sabrías como usar los palillos.
                Jane, que estaba a punto de terminar lo que le quedaba de comida usando un tenedor, se detuvo y miró a la rubia, divertida.
                –¿Ha sido eso un comentario sarcástico, doctora Isles?
                Maura simplemente rio antes de levantarse, caminó hasta la cocina y se tomó unas pastillas.
                –Gracias otra vez por acompañarme –le dijo a Jane, después de haber terminado de beber el vaso de agua.
                Jane esperó a terminar de masticar para contestarle.
                –Gracias a ti, Maura. –Se limpió alrededor de los labios con una servilleta y se levantó para comenzar a recoger la mesa–. He tenido un buen almuerzo y una buena compañía, qué más puedo pedir. –Tiró los cartones de comida en la basura y alzó la mirada, encontrándose con la de Maura que estaba a unos pies de ella. Jane se acercó lentamente.
                –No tengo fiebre –se anticipó a decir, suponiendo que Jane haría lo que siempre terminaba haciendo cuando se acercaba.
                –No iba a chequear tu temperatura…–Sonrió levemente–, pero sí te ves cansada, Maura. Deberías descansar…
                –Creo que eso haré.
                –Me parece muy bien. –En ese momento su móvil comenzó a vibrar en su bolsillo–. Es Frost.
                –Trabajo.
                –Así es… –Sonrió nerviosa, sin saber qué más decir o hacer… como siempre pasaba cuando llegaba el momento de despedirse de Maura–. Entonces…
                –Nos vemos el viernes.
                –Sí…

Continuará...



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