Autor: Tsuyazakura Kouyuki
Traductores: Saizoh, Dyablo y Salkantay.
CAPÍTULO DOS: LAS SACERDOTISAS DEL MES
SIN DIOS
"¿Por qué no
te levantas, Himeko?" Himemiya Chikane murmuró suavemente. “Ya ha pasado
un día. ¿Por qué sigues durmiendo?”
En la menguante luz del atardecer,
disparando rayos a través de las puertas shoji y pintando cada cosa dentro de
la gran habitación tradicional con un pálido color anaranjado Himeko respiraba
ruidosamente con sus ojos cerrados debajo de una gruesa sábana y sobre un futon
largo, sin dar evidencia de que oyera. Chikane suspiró. Ella había llamado a
Katou-sensei, la doctora de la familia Himemiya, para asegurarse de que todo
estuviera bien con su pequeña ángel pero la mujer, también, no tenía ni idea
sobre por qué la chica había estado dormida por tan largo periodo de tiempo.
En cualquier caso, Chikane no se
preocupaba mucho sobre la condición de Himeko. La pequeña ángel estaba tan solo
inmersa en un letargo sin sueños, ya que no había murmurado ninguna palabra
durante las veinticuatro horas que Chikane había pasado cuidándola, lo cual era
algo bueno. La chica necesitaba un buen descanso después de todos los eventos
que habían sucedido el día anterior. Chikane suspiró de nuevo. Tanto por la
fiesta de cumpleaños privada que había estado esperando pasar con Himeko, tanto
por la confesión que había planeado hacer bajo la parpadeante luz de vela de su
cena romántica, tanto por la esperanza de recibir su primer beso…
La rabia se encendió en las mejillas
de Chikane. Bueno, ella iba a confesarse a Himeko ayer al calor del momento….y
le daría a Himeko su primer beso poco después. El único problema era que la
pequeña ángel había estado inconsciente todo el tiempo.
Antes Chikane sabía lo que estaba
haciendo, sus dedos estaban ya recorriendo la orilla de sus labios. Un día
entero había pasado, sin embargo los que había sentido aun persistía y se
negaba a desaparecer. Los labios de la pequeña ángel eran suaves y lisos como
la seda, bendecidos con una dulzura de miel sin igual. Mucho se había
preguntado Chikane sobre cómo sería reclamar los labios de quien ella amaba,
nunca había esperado la corriente de relámpagos que corrieron a través de su
cuerpo al contacto y la hicieron desear que el momento durara para siempre. Y
ese había sido un beso de un solo lado, robado a la chica que aún estaba
inconsciente debido al poder del ataque que Oogami Souma dirigió hacia ella.
Himeko había despertado….ella estaba consciente…
Ella
va a golpearme, Chikane pensó, su corazón se hundía más rápido que una roca en el
agua. Vergüenza y culpa, caliente como lava fundida, brotaba en ella tan
rápidamente que pensaba que sería reducida a cenizas. ¿Qué había pasado tras un
año de cuidadosa crianza bajo el techo de la familia Himemiya, el más rico y
respetable Clan de la nación? ¿Qué le había sucedido a la chica quien tenía en
absoluto control sus emociones, sin embargo era un tumulto siempre que veía los
ojos de la ángel de cabello dorado? ¿Cómo se había atrevido a robarle algo que
únicamente Himeko tenía para darle?
Chikane no lo sabía. Se veía tan bien,
tan natural hacer algo así en ese momento que no dudó ni un segundo antes de
proceder a besar a Himeko.
Chikane tocó sus labios de nuevo.
Culpa y vergüenza más pesados que una montaña, afilados como el cuchillo de un
carnicero... sin embargo no había remordimiento. En algún lugar en su corazón,
ella realmente disfrutaba que su primer beso hubiera sido dado a quien amaba, a
quien a su lado deseaba pasar la eternidad. Tal vez…eso era lo que significaba
estar enamorada…
Chikane tomó el cabello dorado de
Himeko en su mano y empezó a cepillarlo en silencio. No es justo, Himeko, ella pensó. ¿Cómo es que me fascinas
tanto? Cuando me miras, apenas puedo lograr que mi corazón no suba hasta mi
garganta. Cuando me tocas, tengo que esforzarme para no tomarte entre mis
brazos y abrazarte y besarte. Cuando no estás cerca, todo lo que puedo hacer es
no correr a tu apartamento solo para poder verte cuando respondas la llamada en
tu puerta. No es justo, Himeko, llegaste a mi vida y cambiaste todo incluso sin
pretenderlo.
Dejando ir el mechón de cabello, Chikane
suspiró. De todas las personas en Mahoroba, de todos los estudiantes en la
Academia Ototachibana, justo ella tenía que enamorarse de la otra chica. El
suspiro fue más profundo. Una chica que no estaba segura si correspondería su
amor. Claro, a Himeko realmente parecía gustarle Chikane por la forma en que
actuaba cerca de ella pero si la chica albergaba algún sentimiento romántico
hacia ella era una historia diferente. Todo lo que Chikane sabía, Himeko podría
tener un ataque de pánico y empezaría a evitarla al enterarse sobre lo que
había en el corazón de Chikane. Pero aun así, la pequeña ángel nunca mostraba
ninguna señal de que se opusiera a ser la novia de Chikane de todos modos...
¿por qué no le daba una oportunidad?
La mano de Chikane se movió para
acariciar la mejilla de la otra chica mientras sus pensamientos empezaban a
divagar. ¿Qué oportunidad crees que tenga, mi querido ángel precioso? ¿Me
rechazarías, o me harías parte de tu vida en la forma en que yo quiero ser una
parte de ti? ¿Rechazaras mis sentimientos, o los corresponderás y cumplirás mi
único deseo? ¿Qué respuesta me darás, Himeko?
"¿Chikane-chan?" la dulce
voz de la pequeña ángel dijo calladamente.
Sus ojos se abrieron de la sorpresa,
Chikane encontraba su cara a una pulgada de la de Himeko. De alguna manera,
ella se había levantado sin que lo notara. Y parecía…estaba intentando besar a
la chica de cabello dorado…de nuevo. Cada molécula en su cuerpo estaba
alarmada. Los ojos amatistas de Himeko, tan brillantes que opacarían el brillo
de un diamante, estaban viendo a Chikane con una confusa y aturdida mirada. Las
mejillas de la chica estaban coloradas, haciéndola verse más linda y hermosa
que nunca. Chikane se armó de valor. ¡Ella no caería en la tentación…no la
besaría a la fuerza!
"Veo que estás bien."
Chikane logró una pequeña sonrisa en sus labios mientras lentamente volvía en
sí, intentando esconder el horror que había sentido dentro. La forma en que su
voz se mantuvo serena y segura, parecía haber funcionado. "Tenías fiebre
alta anoche, así que yo..." Chikane pasó saliva, "cheque tu
temperatura... con mi frente."
Una completa mentira, pero era
necesaria.
"Ah..." Himeko dijo,
empujando la sabana mientras, también, se sentaba en el futon. Chikane
parpadeó. Por un segundo, pensó vislumbrar desilusión atravesando la hermosa
cara de Himeko. Su corazón empezó a palpitar. ¿Qué otra respuesta esperaba
Himeko? ¿Que habría dicho si Chikane le hubiera contado la verdad, si Chikane
le revelaba que intentó besarla? Ella veía a la pequeña ángel, cuya expresión
ahora mostraba nada sino sorpresa mientras miraba alrededor y notaba que había
despertado en un lugar extraño.
La cara de la chica de cabello dorada
palidecía un poco. Un territorio desconocido siempre la asustaba, desde luego.
Eso planteaba una cuestión interesante. Himeko nunca mostró un indicio de
nerviosismo cuando estuvo con Chikane en la casa de vacaciones en Hokkaido.
¿Por qué, ella actuaba como si hubiera crecido ahí por la forma en que se
paseaba por la casa y hacia lo que sea que necesitaba? Chikane guardó esa
información lejos. Esto podría significar algo…o tal vez no.
Chikane se sacudió a si misma
mentalmente. Veía la desilusión solo porque ella lo quería. Tenía que ser
producto de su imaginación. Chikane casi suspiró en voz alta. Otro efecto
colateral de no poder hacer nada en el amor.
"¿Dónde estamos,
Chikane-chan?" Himeko preguntó, la inquietud brillaba en sus lindos ojos.
Chikane le dio a la pequeña ángel una
sonrisa, la cual la chica correspondió en la más adorable manera. Chikane contuvo el aliento. Algunas veces,
ella realmente deseaba que Himeko dejara de verse tan linda. ¿Ella sabría lo
peligros de hacer eso cerca de alguien que la amaba tanto que apenas podía
evitar volverse loca?
"Shingetsu Daijin-guu,
Himeko," Chikane dijo, estremeciéndose ligeramente por las mariposas
golpeando su estómago.
El Gran Santuario de la Sagrada Luna era el nombre de la
Fortaleza spiritual de Mahoroba. La estructura de trescientos
años era el más grande santuario alrededor de la nación, alojando cientos de
sacerdotes en numerosos apartamentos asentados en la más grande colina de la Cuidad y, como algunos
quieren ponerlo de forma reverente,
velando por sus ciudadanos con los ojos de los Dioses. Incluso cuando la
construcción estaba terminada, Shingetsu era siempre el lugar donde las
personas aspiraban a ir y buscar ayuda. Cuando la calamidad azotaba Mahoroba,
era el Gran Santuario quien extendía esta mano de ayuda y sacaba a las personas
de las penurias. Por esto, la
Ciudad era eternamente agradecida. O eso era lo que mencionaban
los libros de historia.
"Ah, la casa de Oogami-Sensei,
¿cierto?" el pequeño ángel dio un golpe en su otra mano, sus labios hacían
una perfecta O, mostrando sus brillantes y blancos dientes. Si Chikane
recordaba correctamente, Himeko los cepillaba después de levantarse, antes de
ir a dormir, y entre cada comida durante su estancia en Hokkaido. La chica
haría orgulloso a cualquier dentista.
"Sí." Chikane asintió.
Oogami-sensei era la persona respetuosamente llamada el Sumo Sacerdote Oogami
Kazuki, el Cuarenta y seis Líder del antiguo Clan Oogami, Maestro de Shingetsu,
y hermano mayor de Oogami Souma. El hombre era amado por la mayoría de quienes
vivían en la Ciudad ,
por su amabilidad, su personalidad cálida, y su sonrisa tan reconfortante que
las personas no podían evitar relajarse en su presencia. Además, el maduro Sumo
Sacerdote siempre había sido el primero en salir del Gran Santuario cuando los
problemas agitaban Mahoroba. Algunos años atrás, cuando un terrible invierno plagó
la Ciudad ,
Oogami Kazuki mismo avanzo milla tras milla para dar ropa cálida y comida al
pobre y a las personas sin hogar. Más tarde, llego a estar tan enfermo de
neumonía que todo el mundo se preocupó de que pudiera fallecer. Por supuesto,
tal dedicación conmovió el corazón de las personas.
Chikane todavía podía recordar el día
que ella y sus padres, los famosos y poderosos Himemiya Kyou y Himemiya Kimika,
se arrodillaron al lado de la cama del enfermo Oogami Kazuki y le desearon
mejorarse. Ellos habían causado un revuelo, después de todo, el C.E.O. y C.F.O.
de Himemiya Internacional, quienes pasaban la mayor parte de su tiempo en
ultramar encontrándose con los más importantes líderes del mundo, tomaron un
vuelo a casa solo para visitar a un hombre quien no tenía poder ni político ni
de negocios. Cada periódico en el pueblo mostraba la imagen de su padre
agitando la mano del Sumo Sacerdote en la página frontal y hablaron de ello por
días. Bueno, ellos nunca supieron que su Madre y el hombre enfermo eran amigos
de la infancia, desde luego.
"Pero entonces, ¿por qué estoy en
el Gran Santuario?" Himeko preguntó.
"El Sumo Sacerdote lo
demandó," Chikane dijo con ironía, "así que ahí lo tienes."
Chikane no hizo mención que la orden
del hombre – quien había irrumpido en la escuela con una actitud tan arrogante
como algún rey – no era del agrado de ella. Ella había dicho claramente a
su cara que ella no quería confiar a Himeko a un montón de hombres viejos
quienes nunca habían tenido ni idea de cómo criar apropiadamente a una chica.
Ella también le había dicho a Oogami Kazuki firmemente que no pondría a
Himeko en el mismo lugar donde su hermano menor – quien, como lo había
recordado amablemente el Sumo Sacerdote – llevaba las marcas de un asesino a
sangre fría…
Chikane lo había encarado con la
dignidad de la futura Heredera del Imperio Himemiya, y se encontraba mirando
con la autoridad de un hombre que se niega a aceptar un No por respuesta.
Fuerte como era su fuerza de voluntad, aun así estaba en inferioridad numérica
por el círculo de subordinados, es decir los Sacerdotes Shingetsu que había
traído. Irónicamente, cuando Oogami Kazuki sugirió a Chikane que llevaría a
Himeko para Shingetsu a la fuerza si era necesario, no había mirado nada como
la cara amable del Sumo Sacerdote quien repartió abrigo con una sonrisa en las
calles de Mahoroba. Ella supuso que el hombre tenía al menos dos
personalidades.
"¿Él me quiere convertir en una
sacerdotisa o algo?" Himeko rio suavemente.
"No lo sé," Chikane sonrió
ante la broma, "pero supongo que te lo dirá pronto. Después de todo... me
dijo que deseaba hablar contigo tan pronto como despertaras," Chikane hizo
una mueca. ¿Levantar a una chica cansada fuera de su cama solo para conversar?
Tal vez ella necesitaría tener pronto una larga charla con él sobre su trato
hacia Himeko.
"Entonces vamos," Himeko le
dijo, intentando levantarse del futon pero fue interrumpida por una mano de
Chikane.
"Deberías cambiarte primero,
Himeko," Chikane gesticuló hacia el rojo y blanco uniforme Ototachibana –
pulcramente lavado, completamente planchado, y cuidadosamente doblado – al lado
del futon de la pequeña ángel. "Pero tomate tu tiempo, no tenemos
prisa," ella agregó. A ella no le importaba tener al Sumo Sacerdote
esperando por otras 24 horas, de hecho. Él se lo merecía.
"¿Uniforme?" la pequeña
ángel dijo lentamente mientras su mirada veía la blanca Yutaka que estaba
vistiendo. El horror se deslizo a través de su cara. "Alguien… cambio mi
ropa. ¿Los Sacerdotes?"
"No," Chikane tomó un hondo
respiro, "Yo lo hice." Ahí, la verdad salió.
La chica de cabello dorado estaba
pasmada. Sangre crecía en sus mejillas, sonrojándose con el más profundo carmín
que Chikane había visto.
Piel blanca como la nieve, hermosa
y sin mancha. Piernas tan delgadas y largas que podrían pertenecer a una súper
modelo. Cadera delgada que haría sentir envidia a la mayoría de las mujeres. Y
su pecho, subiendo y bajando de manera tan cautivadora que ella... Horror, Chikane de prisa limpió su mente de las imágenes y las cerró en
la esquina más profunda de su corazón. Ella mordió su labio de vergüenza. No
tenia intención de ver a la otra chica desnuda. No tuvo elección cuando el Sumo
Sacerdote le dio una Yutaka y le dijo que cambiara la ropa de la ángel. Ella
únicamente hizo lo que debía, eso fue todo.
Luego de nuevo, Chikane no podía negar
el hecho de que había disfrutado ver lo que había debajo de la tela del
uniforme Ototachibana... Ella frunció el ceño. Cuan vulgar y sucia se había
vuelto. No hay baño, sin importar que tanto, que pueda limpiar este tipo de
suciedad.
"Pero..." Himeko murmuró en
voz baja después de un momento de incomodo silencio, "eso es..."
Calladamente, ella movió la sabana hasta cubrir sus hombros y empezó a estudiar
el piso vigorosamente como si esperara encontrar palabras tras sacudir el futón
escritas en el tatami.
¿Eso fue qué? Chikane pensó.
Chikane parpadeó mientras oía sonidos
de pasos sobre el pasillo de madera fuera del cuarto. En un santiamén, una
sombra apareció amenazadoramente a través de las puertas de papel.
"Perdón, Himemiya-san," una
voz de hombre, fría y carente de emociones, habló. "Oogami-sensei desea
hablar con Kurusugawa-san.".
Si ella está despierta o no, ¿cierto? Qué considerado de su parte, Chikane pensó irritadamente.
"Estaremos ahí en un momento,
Yukihito-san," Chikane replicó, lo sereno de cada palabra no daba la
impresión de que ella no estaba feliz. ¿Por qué el Sumo Sacerdote insistía en
molestar el descanso de Himeko? Esperando por otro día no mataría al hombre,
¿cierto?
"Entonces esperaremos tu llegada
en el Gran Salón, Himemiya-san," Yukihito dijo y se marchó. Chikane
frunció el ceño. Aparentemente, cada persona en este Santuario pensaba que
ellos podían darles órdenes y esperar que obedecieran. Ellos aprenderían que
tan “obedientes” eran pronto...
"¿Yukihito-san?" la pequeña
ángel arqueo una ceja.
"Asistente personal del sensei,
Himeko," Chikane explicó. "Aunque qué tipo de trabajo hace, no tengo
ni idea."
"Ya veo," la chica de
cabello dorado masculló, su cara se volvió roja cuando sus ojos se encontraron
con los de Chikane. "Necesito cambiarme, Chikane-chan," ella dijo
tímidamente después de un momento, su voz tan baja apenas podía ser oída.
"Ah," Chikane parpadeó
mientras se levantaba, "mis disculpas."
"Está bien."
"Como dije, Himeko," Chikane
deslizo la puerta abierta, "tómate tu tiempo."
"Seguro."
La puerta se cerró detrás de ella... y
Chikane se encontraba mirando el sol a través del lejano horizonte y
preguntándose que haría Himeko después de encontrar su caja de regalo en una de
las bolsas de su abrigo.
Unos momentos después…
Jugueteando con
sus dedos mientras se sentaba en el futón, Kurusugawa Himeko intentaba calmar
su corazón. Chikane-chan... había cambiado su ropa. Pánico brotaba en ella, la
vergüenza calentaba su cara al punto de que se sentía como una olla hirviendo
sobre una estufa. ¡Ella vio todo! Una voz gritaba tras su cabeza. Bueno,
su ropa interior seguía ahí, pero un poco de consuelo no cambiaba el hecho de
que sin saberlo había estado casi desnuda en frente de la princesa de cabello
azul. Himeko se estremeció. ¿Cómo se suponía que iba a vivir con eso si iba a
sonrojarse como el atardecer cada vez que viera a Himemiya Ojou-sama?
Ciertamente, Chikane-chan era también una chica… pero… ¡pero ella era especial,
ella era diferente! Comparado con haber sido cambiada por un hombre, ser vista
en un estado tan vergonzoso por Chikane-chan era...
"Incluso peor," ella
murmuró.
Por supuesto que lo era, por ahora no
tenía ni idea sobre qué pasó por la mente de Chikane-chan cuando ella…la
desvestía. ¿La princesa de cabello azul solo pensó en Himeko justo como un
maniquí sin vida? ¿Terminó de quitarle la Yutaka del cuerpo de Himeko sin perderse en
pensamientos impuros? ¿No sintió nada al tocar la piel desnuda de Himeko en
absoluto? Ella suspiro. La forma en que Chikane-chan disimuló con una impecable
serenidad cuando dijo ese tan casual pero devastador Yo lo hice… la respuesta a todas esas preguntas era más probable
que fuera un sí…
Himeko suspiro de nuevo. Habría sido
mucho más feliz teniendo a Chikane sonrojándose y mirando cómo se avergonzaba.
Al menos, eso le diría a Himeko que había logrado excitar a la princesa aunque
sea un poco, que ganarla no era sólo un sueño.
La mano de Himeko pasó a través de sus
labios. Hablando de sueños...
La mitad de Himeko quería abrir sus
ojos y la otra mitad quería cerrarlos. Su cuerpo entero se sentía tan cansado y
le dolía como si cada hueso en ella se hubiera roto en pedazos. Sólo quedaba
poca fuerza en su cuerpo y absolutamente ninguna memoria en su mente. Ella no
podía recordar qué había pasado. ¿Dónde estaba? Intentó abrir los ojos... y
notó que estaba acunada en los suaves brazos de Chikane-chan. Sangre corría por
su cara. Siendo abrazada por la princesa de cabello azul era una cosa pero
esto… ¿y por qué la cara de Chikane-chan se acercaba a la suya?
"Te amo, Himeko."
Sus ojos se abrieron de par en par
mientras los suaves labios de su amiga reclamaban los suyos.
¿Fue real?
Ella se lo preguntaba.
No podía ser. No había absolutamente
ninguna razón para que Chikane-chan hiciera algo como eso. Después de todo, la
otra chica no era… rara como Himeko, quien veía a la princesa de cabello azul
de la forma en que una chica lo haría con un chico lindo, quien cayó
perdidamente enamorada de Himemiya Ojou-sama desde el mismo momento en que se
conocieron.
Aún así, siendo un sueño, era
demasiado realista. Himeko aún podía ver la gentil mirada de zafiro de la
princesa, inequívocamente rebosante de amor. Aún podía saborear los labios de
la princesa, más dulces que cualquier cantidad de azúcar. Todavía podía
recordar el cosquilleo que recorrió cada fibra de su ser debido a la mano de la
princesa en su mejilla. Himeko suspiro de nuevo. Si tan sólo fuera real…
Soltando la sábana, Himeko se quitó la
blanca Yutaka y alcanzó su uniforme de Ototachibana. Se detuvo en seco, sin
embargo, cuando sus ojos cayeron sobre la pequeña marca de nacimiento entre su
pecho. Antes, era apenas tan largo como la punta de un pequeño dedo… pero
ahora… era del tamaño de un puño. Aún más extraño, la marca solía ser solo una
mancha roja, no algo que se viera como un sol. ¿Que estaba pasándole?
"Ellas
deberían estar aquí en un minuto, sensei," le reportó al Sumo Sacerdote,
quien estaba sentado frente a él en el espacioso Gran Salón de Shingetsu.
"Muy bien," Oogami Kazuki
asintió, "tienes mi agradecimiento, Yukihito-kun."
"Si no hay otra cosa de la que
quiera que me encargue, me retiro a mi habitación, sensei," Yukihito dijo.
"De hecho, quisiera que te
quedaras aquí y oyeras lo que tengo que decirles, Yukihito-kun."
"¿Por qué, sensei?" Yukihito
pestañeo. Incluso cuando el arribó al Gran Santuario y se volvió asistente del
Sumo Sacerdote, quien necesitaba ayuda para encargarse de sus reportes al
Consejo de Sacerdotes en Tokio, el hombre había mantenido la boca cerrada
cuando se trataba de este tipo de tema. ¿Por qué había cambiado ahora?
"Porque necesitas saber que está
pasando en el mundo," Oogami suspiró, "y en qué tipo de peligrosa
situación estamos todos nosotros. Es posible que quieras irte después de
esto."
"Estoy seguro de que no lo haré,"
Yukihito contestó firmemente, "usted ha sido un buen empleador, y me ha
tratado bien. Mientras usted no decida que me vaya, yo no me iré." Por
supuesto, todo eso era verdad, pero la razón real por la que Yukihito
insistía en quedarse en el Gran Santuario Shingetsu era un asunto completamente
diferente.
"Me conmueve, Yukihito-kun."
Una pequeña sonrisa tocó los labios del Sumo Sacerdote e iluminó su cara con
deleite. "Pero considéralo después de esta pequeña charla con las chicas,
¿lo harás?"
"Como lo desee, sensei,"
Yukihito incline ligeramente su cabeza.
"Bien, bien," Oogami Kazuki
soltó una risa cuando un gentil toque se oyó en las puertas del Gran Salón.
"Ellas están aquí. Ahora, siéntate aquí, Yukihito-kun. Este punto está
reservada para ellas." El hombre señalo hacia su derecha.
Se levantó y luego se sentó al lado
del Sumo Sacerdote un segundo después, Yukihito decidió observar a las dos
chicas cuidadosamente. Aunque eso significaba oír lo que él ya sabía muy bien
de parte de Oogami Kazuki, aun así proporcionaba a Yukihito una oportunidad de
aprender si estaba en lo cierto o no desde el principio…
"Vinimos como
lo pediste, Oogami-san," la princesa empezó tan pronto como ella y Himeko
se sentaron en el piso de madera de la Gran Sala de Shingetsu, “puedes hablar”
Ella parpadeó. La chica de cabello
azul se veía serena, calmada, y tranquila pero su voz había tomado un filo
listo para matar. Aún peor, sus ojos, relucían con la luz de las velas
iluminando la espaciosa cámara, sin esconder su disgusto hacia el Sumo
Sacerdote. Himeko se habría deprimido y
llorado hasta morir si hubiera sido ella el blanco de tal mirada de odio.
"Muy bien," Oogami-sensei
asintió, pareciendo sereno y sin haberle afectado. Himeko se preguntaba si él
notó el nada amigable humor de Chikane-chan. "No las molestaré con la
charla de bienvenida que suelo dar a los fieles que se aventuran a este santo
lugar e iré directamente al grano. Las convoco aquí, a esta hora oscura, porque
necesito su ayuda"
"Así que estás diciendo que dos
pequeñas chicas son más útiles que el resto de hombres en este gran
Santuario," la princesa Himemiya dijo serenamente. "Debes estar de
buen humor hoy para decir tal broma." La lengua de la chica de cabello
azul era tan cortés como la de cualquier maestro, pero con su cabeza en alto,
se las arregló para parecer una verdadera princesa atendiendo a un humilde
plebeyo quien estaba arrastrándose a sus pies. Yukihito-san – un guapo hombre a
pesar de su cara fría y carente de emociones quien estaba sentado al lado del
Sumo Sacerdote – estudiaba a Chikane-chan como si fuera una criatura extinta.
"Es la verdad," el Sumo
Sacerdote, quien no parecía ofendido, dijo en una tranquila pero sería voz.
"Incluso una de ustedes vale más que todos los quinientos Sacerdotes
habitando este lugar."
"Si puedo preguntar,
sensei," Himeko dijo, "¿por qué es eso?"
"Porque ustedes poseen más poder
de lo que todos nosotros podríamos esperar conseguir," Oogami-sensei lo
hizo sonar como si fuera la cosa más obvia en el mundo. No lo era.
"No hay necesidad del
sarcasmo," Chikane-chan dio una sonrisa que podría congelar el infierno.
"Nosotras no somos sino solo chicas de escuela intentando estar lejos de
un demente quien piensa que pueden tomar nuestras vidas sin ser
castigado." Himeko inquieta tragó saliva. La forma en que Chikane-chan lo
dijo, cualquiera habría dicho que el demente era un pariente de
Oogami-sensei... o él mismo. Sorprendentemente sin embargo, el Sumo Sacerdote
se estremeció como si le hubiera gustado. Después él la miraba con recelo.
Himeko se preguntaba qué había pasado entre ellos dos mientras ella estaba
dormida.
"Ustedes no son quienes creen que
son, señoritas," el Sumo Sacerdote dio un pequeño tosido.
"Entonces ilumínenos,"
Chikane-chan dijo.
"Antes de que lo haga, debo
decirles algo," Oogami-sensei replico tranquilamente. Si él había perdido
su balance unos segundos atrás, lo había recuperado ahora. "Verán, el Gran
Santuario ha estado protegiendo un secreto por mucho tiempo, una pieza de
historia oscura desconocida por los mortales pero no para los miembros del Clan
Oogami"
"¿Estás seguro que tu hermano
no es otra pieza del secreto de Shingetsu él mismo, Oogami-san?" la
princesa Himemiya sonrió de nuevo, esta vez mucho más fríamente que la última
vez, si eso era posible. ¿Qué clase de secreto ocultaba Oogami Souma,
realmente?
"Desde el inicio del
tiempo," el Sumo Sacerdote continuo suavemente como si nunca hubiera sido
interrumpido. Él miraba a Chikane-chan curiosamente, sin embargo, quizá
preguntándose cómo la había ofendido. "Desconocido para la mayoría, los
Inmortales del Cielo caminaban en la Tierra. Disfrazados ,
vagaron en el Mundo de los Hombres para huir del aburrimiento comoo precio de
la vida eterna. Al principio, ellos solo eran Dioses y Diosas quienes tenían
mucho tiempo en sus manos, completamente inofensivos... hasta que descubrieron
la diversión en jugar con las personas que gastaban sus efímeras vidas tratando
de llevar comida a la mesa. Los Inmortales entonces empezaron a jugar bromas a
las personas pobres, lo que escaló hasta monstruosas atrocidades al final. Se
habían producido registros de que un Dios anónimo sacrificaba un pueblo entero,
hombres, mujeres y niños, solo porque quería probar que podía"
“¡Pero eso es tan cruel!" Himeko
dijo, horrorizada. Ella siempre había creído que los Inmortales eran
protectores del mundo. Parecía que Yukihito-san compartía el mismo sentimiento
que ella, porque la cara del hombre parecía una máscara de furia, sus puños los
apretaba tan fuerte que ella pensó que podrían sangrar.
"En efecto," Oogami-sensei
asintió. "Como sea, tales tragedias atrajeron la atención del Señor de
Izumo y la Dama
de Reiha, los dos Creadores del Mundo. El Señor y la Dama , después de una reunión
secreta, decidieron que los Inmortales debían ser detenidos en Onogoro, el
nombre dado entonces a la
Tierra , o se enfrentarían a la destrucción total. Ellos
hicieron saber que una nueva Ley había sido hecha, las cual prohibía toda
intervención de los Inmortales en el Mundo de los Humanos."
"¿Qué tiene que ver eso con
nosotras?" Curiosidad sonaba en la tranquila voz de la princesa.
"Todo, Himemiya-san, porque esa
misma ley sentó las bases para lo que sucedió en tu escuela," el Sumo
Sacerdote dijo seriamente. "Data de hace tres mil años, cuando los
Inmortales del Cielo sentenciaron a un Dios llamado Yamata no Orochi a
morir."
"¡Yamata no Orochi!" Himeko
chilló." ¿Te refieres a la serpiente de ocho cabezas que aprendimos de las
historias? ¿Él era real?"
"Mucho me temo sí," el Sumo
Sacerdote contestó. "Yamata no Orochi, el que se llamaba así mismo el Dios
de la Sangre y
Destrucción, rehusando a ser asesinado por la mano de esa gente huyó hacia la Tierra. Gracias a
sus habilidades en persuasión, logró reunir una gran cantidad de devotos, así
construyó un gran ejercito sobre esta tierra. Nadie tiene el poder para
detenerlo."
"¿Qué tal los Inmortales?"
Himeko preguntó. "¿Ellos no han hecho algo?"
"No es que no lo hicieran,
Kurusugawa-san, ellos obviamente no podían." Oogami-sensei soltó una risa
dolorosa. Himeko deseaba que el hombre no tratara su historia como si fuera de
sentido común. Se preguntaba si había una forma de preguntarle qué quería decir
sin sonar extraordinariamente estúpida…
"Por los devotos de Orochi, por
supuesto," Chikane-chan dijo, todavía mirando fríamente a Oogami-sensei.
Aún si, viendo cuan suave se había vuelto la voz de la princesa, Himeko sabía
que la explicación estaba destinada para ella. Himeko sonrió a ella
agradecidamente. "El Dios de la Oscuridad se había vuelto parte de la vida de
esas personas. Tratar con Orochi significa intervenir en el negocio de los
mortales, por tanto romper la ley impuesta por los Creadores. Además, supongo
que el Dios Oscuro siempre mantiene a sus seguidores cerca así puede usarlos
como escudos si los Inmortales vienen a él.
"Aprendes muy rápidamente,
Himemiya-san," la extensa sonrisa del Sumo Sacerdote dividió su cara en
dos. La princesa, en compensación, lo favoreció con una mirada helada.
Cualquier otra persona en el lugar del Sumo Sacerdote habría perdido su
sonrisa, Oogami-sensei se rehusó a flaquear. Un hombre valiente…
"¿Qué pasó después?" Himeko
preguntó apresuradamente. Ella había intentado desviar a Chikane-chan de alguna
manera.
"El cambio de la marea,
Kurusugawa-san," el Sumo Sacerdote dijo. "Diecisiete años después del
descenso del Dios Oscuro en Onogoro, esperanza le fue dada a la humanidad en la
forma de dos doncellas, llamadas las Sacerdotisas de Mes sin Dios, quienes
fueron entrenadas por los Inmortales, quienes ejercían enormes poderes, quienes
eran capaces de convocar el némesis de Orochi: la Espada Dios
Ame no Murakumo. En el Brillo Lunar en la majestuosa Luna las dos vivían,
esperando por el día cuando pudieran librar al mundo de la amenaza de
Orochi."
"¿Y cómo eso concierne a
Himeko?" Chikane-chan demandó. El calor volvió a su voz... pero esta vez,
también hubo inquietud y miedo. Ella probablemente ya había imaginado por qué
ella y Himeko habían sido convocadas a este lugar. "¿Por qué es tan
importante que la tengas que despertar cuando ella aún está cansada por todo lo
que pasó anoche? ¿Por qué?"
"Porque tu amiga, Kurusugawa
Himeko, es la reencarnación de una de las Sacerdotisas del Mes sin Dios, la Sacerdotisa del
Sol." Todo eso fue revelado por el Sumo Sacerdote en un tono normal. Su
cautela hacia la princesa de cabello azul aun permanecía.
Himeko veía fijamente al sensei en
shock, incapaz de decir una palabra. Pero lo que sea que sintiera por dentro,
la princesa de cabello azul lo expresó por ella.
"Imposible," Chikane-chan
dijo fríamente, sus ojos zafiros, fuertes como para meter clavos en una pared,
veía a los ojos de Oogami-sensei. Arrugas se formaron en la frente del hombre
maduro, y el se veía como si quisiera romper con la intensa mirada de la
princesa. Al lado de él, Yukihito-san daba una irónica risa. El parecía
entretenido. "¿Qué parte de que nosotras somos solo dos chicas
estudiantes normales no ha comprendido, Gran Sacerdote?" Chikane-chan
no hizo ningún esfuerzo para moverse que Himeko pudiera ver, pero logró
resaltar en el Gran Salón, su presencia crecía con cada palabra que decía.
Sorpresa aparecía en la cara del Sumo Sacerdote.
"Tengo pruebas,
Himemiya-san," el sensei dijo, volteando hacia Himeko. "Mis disculpas
por tal inapropiada pregunta, Kurusugawa-san, pero ¿no tienes alguna marca
parecida al Sol en tu cuerpo?"
"La tengo," ella admitió a
regañadientes, y la princesa de cabello azul suspiró de forma que rasgó el
corazón de Himeko. Ella quería decir lo que Chikane-chan deseaba pero la verdad
era la verdad. Además, mentir en frente de quien amaba no era algo que ella
quisiera.
"Si no estoy equivocado, no la
tenías antes de ayer, ¿cierto?" La cara del Sumo Sacerdote estaba
brillando…con lo que parecía ser esperanza. Al contrario, sin embargo, sólo la
desesperación nubló la de la princesa Himemiya.
"No," Himeko aceptó.
"Esa marca es llamada la Cresta del Sol,"
Oogami-sensei sonreía cálidamente a ella, "la prueba de que tú eres la Sacerdotisa del Sol,
aparte del hecho de que un Seguidor intentó quitártela ayer." El hombre
sujeto su boca callándose al final de la oración, pareciendo darse cuenta que
lo que había dicho era algo que no debía.
"¿Seguidor?" Himeko
preguntó. "¿Intentó quitármela? No entiendo, sensei." Ella no
recordaba nada en absoluto sobre ayer. Ella se preguntaba la razón…
"Te he dicho que el Dios Oscuro
tenia numerosos devotos desde hace tres mil años," el Sumo Sacerdote dijo,
con dolor en su voz. "La mayoría de ellos eran campesinos, algunos nobles,
pero eran fácil lidiar con ellos. Esta vez, es diferente. Los mejores del
Consejo de Sacerdotes en Tokio, observando cada turbulencia en el Ciclo de
Muerte y Renacimiento, habían informado al resto que ocho humanos, cada uno
dotado con la bendición de Yamata no Orochi mismo, habían nacido en este mundo.
Los llamamos los Ocho Seguidores, Kurusugawa-san, quienes poseen poderes que
ningún humano podría soñar. Peor, ya que sus mentes están plagadas de la
oscuridad de Orochi, ellos están empeñados en destruir el Mundo Humano. No son
diferentes a demonios… bueno, la mayoría de ellos. Intentamos cazarlos hace
años, aún cuando finalmente capturamos uno, era demasiado tarde."
"En efecto," Chikane-chan comentó,
y el Sumo Sacerdote dejó caer su mirada en lo que parecía ser culpa...
"¿Capturaron un Seguidor?"
Himeko preguntó con curiosidad.
Oogami-sensei frunció el ceño como si
no quisiera hablar, pero cuando abrió su boca, Chikane-chan estaba ya un paso
delante de él.
"Él está en la habitación de al
lado, Himeko," la princesa de cabello azul dijo suavemente, el calor en su
voz sonaba más fuerte que nunca. "Aparentemente durmiendo sin vigilancia y
sin cadenas, como fui informada antes de que despertaras."
"¿No debería estar prisionero en
un sótano o algo?" Himeko tuvo un ligero escalofrió. En la habitación de
al lado, ¿sin vigilancia y sin cadenas? Eso sonaba demasiado peligroso para
ella.
"¿Por qué crees que el Sumo
Sacerdote haría eso a su hermano?" Chikane-chan miraba fijamente al
sensei, con evidente acusación en cada una de sus palabras.
"¿Eh?" fue la única
respuesta que Himeko logró.
"Si, Kurusugawa-san," el
Sumo Sacerdote dijo de manera resignada, "mi hermano menor es uno de los
Seguidores. Otros lo han llamado la Séptima Cabeza. Bajo la influencia de Orochi, él
intentó matarte ayer." Las palabras salían de la boca del hombre como
suplicando por la simpatía de Himeko. "Yo te aseguro, él no estaba
consciente de lo que estaba haciendo. Por favor entiende, Kurusugawa-san, él
nunca abriga ninguna mala voluntad hacia nadie, mucho menos hacia ti…"
El Sumo Sacerdote dijo mucho más pero
sus palabras se perdieron, por una imagen creciendo como una víbora en su mente
que ya había ocupado toda su atención. Oogami Souma... fue él quien la atacó en
su propia habitación. Él fue quien con la espada de doble filo, cuyo cuerpo
estaba envuelto en una luz púrpura misteriosa. Recuerdos volvían como las olas
del océano estrellándose sobre la playa en la más dura tormenta. Ahora ella
recordaba todo de la noche anterior, incluso el profundo odio que vio en los
ojos escarlatas del chico, incluso el terrible calor de la luz con la cual la
había golpeado. Abrumada por las corrientes dolorosas de imágenes y sensaciones
ella se desmayó…
Medio segundo después…
"¡Himeko!"
la hija de los Himemiya gritó al mismo tiempo en que atrapaba a Kurusugawa
Himeko en sus brazos. La chica de cabello azul se veía tan asustada por la
seguridad de la otra chica que nadie podría pensar que era la misma persona que
estaba matando a Kazuki con sus ácidos comentarios hace sólo un momento. Él
intentó no reír. Matando. Él había sido el Sumo Sacerdote por treinta
años, y más que nada, causando temor y respeto. Esa era la primera vez que
alguien, una joven chica como aquella, intercambiaba palabras con él y lo había
logrado. Ciertamente todo estaba cambiando.
"¿Está ella bien?" Kazuki
preguntó.
"Lo está," Chikane dijo con
el máximo alivio. "Solo se desmayó por el shock." Ella le dio otra
mirada acusatoria. Ella probablemente lo culpó y a su hermano menor por el
colapso de la otra chica, a pesar de que, como él se abstuvo de señalar, ella
fue quien había mencionado a Souma en primer lugar.
Kazuki estudiaba a la hija de Himemiya
Kyou con gran interés. Ella tenía algo de su padre en su cara, especialmente
sus ojos zafiro, bastante fuerte para intimidar hombres del doble de su edad o
más. Ella no se veía nada igual a Himemiya Kimika – su madre, quien resultaba
ser amiga de la infancia de Kazuki - por otro lado. Kimika era una bella mujer
pero ella en la flor de su vida palidecería al lado de su hija, quien todavía
no llegaba a la edad cuando su belleza florecía totalmente.
No solo en apariencia, por supuesto,
ellas también compartían diferencias en personalidad. Sumisa y templada como el
agua de manantial, Kimika era exactamente el opuesto de Chikane, quien era
firme en su posición y desafiaba a cualquiera que no ganara su respeto. La
chica heredó estos rasgos interesantes de su temerario padre, al parecer.
Había algo que no obtuvo de sus padres,
aparentemente. Kazuki centró su atención de vuelta a la hija Himemiya, quien
acunaba a la otra chica en sus brazos como si quisiera protegerla de los
hombres en esta cámara. Así que… ahí era a donde soplaban los vientos… Él era
un tonto por no haberlo notado antes. Todo encajaba perfectamente ahora.
Amaba, la
palabra llegó a la mente de Kazuki. Himemiya Chikane había caído enamorada de
Kurusugawa Himeko. No había duda de ello. No se preguntaba por qué de repente
él había tenido un deja vu sobre sus padres de ella presenciando lo suave y
gentil se volvió su mirada durante el momento en que se giró hacia Himeko
cuando él le preguntó a la chica sobre la Cresta de Sol. ¡En nombre de los Inmortales, eso
solo le recordaba como Kimika veía a Himemiya Kyou cuando se volvieron pareja!
El regocijo lo inundó. Parecía que algunas cosas nunca cambiaban. Él se preguntó qué dirían sus viejos amigos una
vez que se enteraran de esta situación…
"¿Yukihito-kun, podrías llevar a
Kurusugawa-san de vuelta a su habitación?" Kazuki dijo a su asistente, que
le valió una mirada lo suficientemente afilada para desollar a un hombre de
parte de Himemiya Chikane. Su expresión aseguraba que Yukihito-kun podría
arrepentirse si el joven intentaba poner
siquiera un dedo sobre la chica que amaba. Aparentemente, Yukihito-kun pensaba
lo mismo, porque él estaba viendo a la chica Himemiya con gran renuencia.
"Bien," Kazuki sacudió su
cabeza, "hazlo tú, Himemiya-san. Pero vuelve aquí después, por favor,
tenemos que hablar."
"Creo que lo haremos,"
Himemiya Chikane se levantó, cargando a Kurusugawa Himeko en sus brazos
mientras veía imperiosamente a Kazuki. El suprimió una risa divertida. La noche
anterior, cuando Kazuki la conoció en la Academia Ototachibana
y le dijo que llevaría a Himeko hacia Shingetsu, su paralizante mirada le tomó
por sorpresa, nunca había pensado que alguien en Mahoroba pudiera resistirse a
una razonable sugerencia de parte del Sumo Sacerdote. Bueno, ella no solo se
resistió. Ella le dijo rotundamente que no obedecería. Si no hubiera llevado a
sus subordinados con él, habría vuelto a Shingetsu con las manos vacías. Se
había dado cuenta de lo que su relación era en ese momento, sin embargo, tal
vez se podría haber encontrado una manera de traer a Himeko a Shingetsu en
lugar de intimidar a Himemiya Chikane y posteriormente hacer que lo mirara como
si quisiera asesinarlo.
Himemiya salió del Gran Salón como una
reina, sin preocuparse por anunciarle a Kazuki que se retiraba como el resto de
Mahoroba lo hacía. Ella había dejado de llamarle 'sensei, además. Tal
vez para ella, él se había vuelto casi en un adefesio que necesitaba ser
eliminado, justo como su hermano menor. Kazuki suspiró. El necesitaba poner
guardias alrededor de Souma ahora. No porque quisiera mantenerlo bajo guardia,
por supuesto. Él únicamente quería que su hermano estuviera protegido. Cuando Himemiya Chikane despierte, el chico, con o sin sus
poderes de Orochi, podría no sobrevivir a su ira.
Cuando Kurusugawa
Himeko abrió sus ojos, estaba ya de vuelta en su habitación donde había
despertado antes, excepto que su amada Chikane-chan no estaba a su lado,
viéndola dormir. Algo decepcionada, Himeko se sentó sobre el futon,
masajeándose la sien. Cuando intento agitar un poco su cabeza para limpiar su
confusión, su mirada recayó sobre un pequeño pedazo de papel justo donde la
princesa de cabello azul estuvo sentada.
"Querida Himeko," decía, "si ves esta carta, yo aún estoy hablando con el Sumo
Sacerdote." A diferencia de las otras palabras, fluyendo elegantemente
sobre la pieza de papel, las últimas dos estaban escritas más remarcadas y si
Chikane-chan hubiera presionado la punta de su pluma un poco más fuerte, tal
vez habría arrancado esa parte de la hoja. Himeko tragó una sonrisa triste.
Aparentemente, la princesa no había considerado mejor a Oogami-sensei. "Quédate
aquí. No dejes la habitación hasta que regrese. No es seguro para nadie estar
fuera en este momento, especialmente para vos. Volveré contigo tan pronto como
pueda. Tu amiga, Himemiya Chikane."
Sonriendo calladamente para sí misma,
tomó el pedazo de papel, lo dobló con esmero, y lo puso en su bolsa.
La princesa de cabello azul estaba
equivocada sobre una cosa sin embargo. Afuera no era más peligroso que en el
Gran Santuario Shingetsu, donde un Seguidor de Orochi estaba siendo sanado.
Ella hizo una mueca. No debería haber pensado en Oogami Souma. Después de todo,
Oogami-sensei había dicho que el chico no era él mismo cuando intentó…
asesinarla. Pero entonces, ¿quién podría decir cuándo caería de nuevo en el
hechizo del Dios Oscuro? Ella se estremeció. No pretendía estar cerca de él
cuando lo hiciera. Dudaba tener la suerte a su favor una segunda vez.
Un pensamiento asustadizo cruzó su
mente. Ella había sobrevivido a esa tumultuosa noche sin un rasguño… ¿pero su
compañera de habitación había tenido igual suerte? La preocupación quemaba su
piel. La preocupación por la seguridad de su amiga irritó su corazón. Himeko
tenía que ir a verla para asegurarse que Mako-chan estaba bien...
Himeko caminó hacia la mesa al otro
lado de la habitación, tomó un pedazo de papel, y escribió algunas líneas para
dejarle saber a Chikane-chan que regresaría a los Dormitorios para ver a su
compañera de habitación. Sabía que supuestamente debería esperar a que volviera
la princesa y decirle en persona…pero realmente, sólo los Dioses sabrían cuando
la otra chica acabaría de hablar con
el Gran Sacerdote de Shingetsu. Por lo que sabía, ellos podrían estar
gritándose uno al otro justo en ese momento…Además, la princesa de cabello azul
insistiría en ir con Himeko para estar segura. Himeko no quería eso.
Chikane-chan – quien accidentalmente dijo que no había dormido mucho por estar
velando por Himeko todo el tiempo – necesitaba descansar en vez de estar
corriendo.
Después de que terminó la escritura.
Himeko se apresuró a salir del Gran Santuario de la Sagrada Luna. Si
ella recordaba correctamente, había una parada de bus en algún lugar cerca de
la puerta de Shingetsu. Si era cierto, la llevaría a donde ella quería...
Sentado en el piso
de la Gran Sala
de Shingetsu, Yui veía a Kurusugawa Himeko corriendo hacia la puerta del Gran
Santuario y entonces subirse a un autobús que llegaba en el momento preciso.
Ella agitaba su cabeza con ligera exasperación. La pequeña Chikane no estaría
alegre con este giro en los eventos. De hecho… la chica estaría demasiado
preocupada cuando regresara a la habitación y no encontrar nada sino una nota
diciéndole que su querida se había marchado sin ella. Bueno, en ese caso, supuso
que debería ir también.
Aún sentado en su posición, el cuerpo
de Yui se elevó en el aire y desapareció en un destello de luz dorada.
Un rato después…
"En el nombre
de los Dioses" Kurusugawa Himeko murmuró con incredulidad mientras se
paraba frente al Dormitorio de Chicas de Ototachibana... o la mayoría de él. La
faltante esquina derecha de enfrente, donde estaba su cuarto y de Mako-chan, se
veía como si hubiera sido atacada por una pequeña bomba. A partir de ahí,
grietas enormes y profundas se esparcían por todo el lugar. Todas las ventanas
habían sido destrozadas, el color blanco de las paredes fue reemplazado por un
negro hollín. Himeko estaba bajo la impresión de que si alguien empujaba el
Dormitorio con un solo dedo, este se podría desmoronar. Cada pulgada de su piel
se erizó. Si Oogami Souma podía hacer eso a una estructura de concreto solo con un golpe de su espada…
¿cómo ella, solo carne y hueso, sobrevivió…?
"¿Kurusugawa-kun?" Suzuhara
Aiko-san dijo alegremente. La administradora del Dormitorio, de cabello gris y
dientes largos era aún tan energérgica como cualquier chica de la edad de
Himeko, la saludó mientras salía de un lado de la construcción en ruinas.
"¡Estas a salvo!"
"Buenas tardes," Himeko se
inclinó ante la mujer mayor.
"Olvida las formalidades,"
Suzuhara-san le sonrió. "No puedo decirte lo feliz que estoy de ver que
estás bien." La mujer le llamaba a las estudiantes que vivían en el
Dormitorio sus chicas y las trataba
como una madre lo haría con sus propias hijas. Al no tener una propia, enfocaba
su atención y afecto en todas ellas y hacia lo mejor para mantenerla cómodas
bajo su techo.
"Gracias, Suzuhara-san,"
Himeko palmeó el hombro de la diminuta dama y dijo cálidamente. "Estoy
aliviada de que este bien, también. ¿Dónde están todas?"
"En varias posadas en la Ciudad ," la
administradora sonaba escandalizada. Ella nunca pensó bien de esas posadas en
primer lugar. "El Dormitorio no está en condiciones para ser habitado, así
que no tuve otra opción sino mandar a las chicas lejos. Pobre de ellas. ¿Quién
las levantara cada mañana para que vayan a la escuela a tiempo? ¿Quién cuidará
la nutrición de sus comidas? Espero que no ganen mucho peso mientras
tanto."
"Ah, discúlpeme..." Himeko
dijo, esperando detener el flujo de quejas sobre las posadas de la Ciudad de parte de la
administradora. Los Dioses sabían cuan sentimental se ponía cuando hablaba de
ellas...
"Hablando de las chicas, tengo
que mandarles sus pertenencias pronto," Suzuhara-san continuo como si no
oyera nada de Himeko. "Lo bueno es que tengo una lista de los nombres de
donde se están quedando." De repente, volteó hacia Himeko y dijo
disculpándose. "Lo siento, Kurusugawa-kun, esa misteriosa explosión en tu
habitación destruyó todo. No pude salvar nada."
"¿Todas mis cosas?" Himeko
dijo desoladamente. "¿Qué hay sobre las... cosas que estaban en mi
escritorio?"
"Ni siquiera había un escritorio
cuando estuve ahí." La administradora suspiro. "Lo lamento…"
Algo se anudó en la garganta de
Himeko. Así que el álbum de fotos, su más preciada posesión, todos los
recuerdos que había hecho con Chikane-chan durante el año pasado… se habían
ido. Bueno, suponía que podría pedirle una copia del álbum a la princesa de
cabello azul pero… Himeko suspiró. Había pasado tanto tiempo con sus
pertenencias que lo sentía como si fuera una parte de su cuerpo. Perderlas le
dolía mucho.
"Saotome-kun no está mucho mejor
que tú," Suzuhara-san murmuró. "Sus cosas están quemadas."
"Ah, sí, Mako-chan,"
saliendo de su aturdimiento, Himeko aprovechó la apertura, "¿sabe el
nombre de la posada en donde ella se está quedando?"
"¿No lo sabes, Kurusugawa-kun?"
la administradora la miró, el dolor inundaba su voz. Escalofríos se deslizaron
por la espalda de Himeko.
"¿A qué se refiere?"
"Saotome-kun está en el Hospital
de la Universidad
Tate ," Suzuhara-san suspiró, "ella se rompió la
pierna la última noche."
Algo invisible se apoderó de la
garganta de Himeko. Mako-chan...
"¿Podría llevarme con ella, por
favor, Suzuhara-san?" Himeko logró decir después de un momento, su voz
temblaba como si se fuera a quebrar.
"Por supuesto," la
administradora del Dormitorio dijo con simpatía. "Vamos en mi auto,
Kurusugawa-kun."
Siguiendo a la mujer mayor en
silencio, Himeko solo quería llorar. Mako-chan estaba en el equipo de atletismo
de la escuela, lista para participar en la Competición Inter-escolar
de Atletismo anual que tomaría lugar justo aquí en Mahoroba. Solo por esto, la
compañera de habitación de Himeko había estado entrenando día y noche sin
importar el clima, ignorando los límites de su propio cuerpo. Se suponía que
era la oportunidad de la amiga de Himeko para ganar el reconocimiento que
merecía. Se suponía que sería el día que se haría de un nombre en el mundo del
atletismo. Pero en su condición justo ahora… ¿podría Mako-chan hacer su sueño
realidad?
Sosteniendo en su mano
la nota que su querida dejó, los órganos internos de Himemiya Chikane se
congelaron. Tonta Himeko, ¿por qué no notaba los peligros que acechaban en la
oscuridad después de aquel incidente? Había aun siete Seguidores. Otro
podría simplemente decidir ir tras ella cuando estuviera afuera. Al menos debió
esperar a que Chikane volviera antes de partir. De esta forma, la pequeña ángel
no era sino una carnada de Orochi. ¿Y qué estaba mal con los Sacerdotes de
todas formas? Si ellos sabían que Himeko era la Sacerdotisa del Sol,
salvadora del mundo, ¿cómo en nombre de los dioses la dejaban irse sin notarlo?
¿Por qué ellos no montaron una guardia en su puerta en primer lugar?
Chikane intentó calmarse pero no fue
posible, el pulso de su corazón había acelerado tanto que dolía. Himeko. No podía permitirse quedarse ahí
y preguntarse qué pasaría y que no. Tenía que ir. Chikane se apresuró a salir
del Gran Santuario Shingetsu, ignorando a todos los sacerdotes. ¡Himeko, por
favor cuídate!
En el hospital…
"¿Quién esta
ahí?" Saotome Makoto respondió a la llamada en la puerta sin quitar sus
ojos de su ventana, a través del cual podía ver el sol rojo-sangre hundiéndose
hasta medio horizonte. De alguna manera, tenía la sensación de que nunca
saldría de nuevo.
"Mako-chan, soy yo," la voz
de Himeko dijo, y el corazón de Makoto se volvió frio. "¿Puedo
pasar?"
"¿Para qué viniste?" Makoto
dijo.
El silencio le respondió. La chica de
cabello dorado debía estar en shock. Por supuesto, eso no era algo que se le
diría a la persona que va a visitarte al hospital. Makoto creyó que se suponía
debía decirle a Himeko que estaba bien que abriera la puerta, también… excepto
que ella no lo haría. El resultado probablemente sería devastador para ambas
partes al final. Además, Makoto ya había tenido suficientes angustias por un
día. O un año, de hecho.
"Suzuhara-san dijo que estabas
lastimada, así que quise venir a verte, eso es todo," Himeko dijo del otro
lado de la puerta después de un momento. Ella sonaba… algo culpable y asustada.
Makoto resistió una risa sarcástica. La lesión de Makoto no era su culpa, ¿por
qué debería sentirse culpable? ¿Y por qué estaba asustada sólo porque oyó la
voz de Makoto? Había sido bastante fría, cierto, pero Makoto no creía que fuera
así de fría.
"Estoy bien," Makoto dijo
cortante. "Deberías irte."
"¿Cómo está tu pierna
Mako-chan?" Himeko preguntó, aparentemente inconsciente de lo que Makoto
había dicho.
"Permanentemente
fracturada," Makoto reía con amargura. "Nunca seré capaz de correr
por el resto de mi vida."
Otra pausa vino. Esta vez, Makoto de
hecho oyó un pequeño sollozo. La chica siempre lloraba tan fácilmente…
"Vete." La firmeza en la voz
de Makoto dejaba claro que no quería la compañía de Himeko.
"Pero yo..."
"¡Vete, te lo exijo!"
"Lo siento, Mako-chan," fue
lo último que Himeko dijo antes de salir corriendo, su voz se había roto en
pedazos.
Después de que los pasos de Himeko
habían desaparecido completamente, Makoto enterró su cara en sus manos y lloró.
No porque sus esperanzas hubieran sido dolorosamente asesinadas. No porque
había perdido de vista lo que había estado teniendo como objetivo durante tanto
tiempo…
Himeko. La
razón por la que lloraba era Himeko. Estúpida chica. Ella nunca comprendió los
sentimientos de Makoto. Ella nunca notó cuánto la amaba Makoto. Ella no tenía
idea de que Makoto podría hacer cualquier cosa tan solo para poder hacerla
reír.
Esa tarde, después de que Himeko
abandonó su mano durante la evacuación, Makoto corrió contra la corriente de
estudiantes tras ella. No le importaba que su propia vida estuviera en peligro.
Ella solamente quería que Himeko estuviera sana y a salvo. Irónicamente, ella
nunca regresó a su habitación. En alguna
parte durante el camino, alguien chocó contra ella y la derribó solo para que
los demás pisotearan su pierna. Había sido el momento en que la oscuridad la
venció…
Aún así, Makoto nunca se lamentaba de
eso. Lo que había hecho, lo hizo por el bien de la persona que amaba. Ella
estaba triste solamente porque Himeko ya tenía alguien a quien amaba. Himemiya
Chikane. Himeko era una despistada y simple chica en el mejor de los casos.
Ella no tenía ni idea de que Makoto la podía leer tan fácilmente como su fuera
un libro. La expresión nerviosa de Himeko cuando veía a Himemiya, la mirada
afectuosa que enviaba tras la espalda de la princesa de cabello azul, nada
escapaba a los ojos de Makoto. La chica nunca descubrió que cuando abría sus
cajones por la noche y tomaba su precioso tesoro escondido Makoto aún estaba
despierta.
Cuando eso pasó la primera vez, Makoto
estaba simplemente desconcertada, porque no sabía qué hacia Himeko despierta
tan tarde viendo un álbum de fotos. Sí, ella no estaba particularmente
interesada durante los primeros segundos… hasta que una sonrisa encantadora se
formó en la cara enrojecida de su amiga. Himeko nunca le sonrió así a Makoto.
Ni siquiera se había sonrojado. Esa noche, Makoto aprendió de primera mano el
amargo sabor de los celos.
Al otro día, Makoto estaba de pie en
la habitación frente a la mesa después de que Himeko se acabara de ir. Entonces
ella abrió la cerradura con su pasador. En cinco minutos, el álbum estaba en
sus manos. Había sido incluso más doloroso de lo que esperaba. Para cuando
volteo la última página, Makoto ya estaba llorando sin parar. Himeko nunca
había estado tan feliz cerca de ella,
nunca tan alegre y enérgica. Ese solo hecho dolía lo suficiente para
matar.
Por supuesto Makoto sabía que el
afecto que su compañera de habitación tenia hacia ella nunca sería más que
amistad. Ella solamente no quería reconocer que era verdad. Más que eso, ella
había ido tan lejos como para forzarse a creer que un día, Himeko notaria que
Makoto sacrificaría todo por su bien. Cada día Makoto esperaba. Cada vez que
ella despertaba, deseaba que Himeko viniera y le dijera que la amaba. La vida
había sido justa, ese pequeño deseo podría hacerse realidad. Si los Inmortales
del Cielo supieran lo que era mejor para la chica de cabello dorado, Himemiya
Chikane caería muerta.
Makoto apretó sus puños. Mientras la
niña rica viviera Makoto no tenía oportunidad en ganar a la chica de cabello
dorado. Los ojos de Himeko solo veían la figura de Himemiya Chikane, su cabeza
solo contenía imágenes de Himemiya Chikane, y sus oídos sólo oían las palabras
de Himemiya Chikane. Makoto había intentado desengañar las esperanzas que su
compañera de habitación tenía por Himemiya – una vez justo antes de que Makoto
encontró la devastadoramente dichosa expresión de Himeko en los brazos de
Himemiya – pero aunque intentaba tanto como podía, ella nunca lo lograba.
Makoto lloró más fuerte. Ella creía
que no tenía sentido estar cerca de Himeko, o incluso vivir con ella, por más
tiempo. Había perdido a su compañera de habitación, el único significado que
ella creía había en este mundo, el único regalo que la vida había tenido para
ella. Si tan solo Makoto hubiera muerto en la noche cuando se rompió la
pierna...
Un poco después…
"¿Una linda chica, media cabeza más pequeña
que tú, con largo cabello dorado, niña?" la enfermera en la recepción de
Hospital de la
Universidad Tate , una gran mujer con una cara maternal,
apartó la mirada de su computadora y le
preguntó a Himemiya Chikane cálidamente.
Ella asintió. La preocupación se
aferró a su estómago, el miedo crecía en su mente. Las personas en el arruinado
Dormitorio de la
Academia Ototachibana dijeron que la administradora trajo a
Himeko a este hospital. Chikane sólo esperaba poder encontrar a su querida
aquí. La noche estaba llegando, y todos sabían lo difícil que es buscar a
alguien en la oscuridad dentro de una ciudad de millones, algunos de los cuales
podrían no ser gentiles con una linda chica que se encontraran en su camino.
Escalofríos recorrieron su cuerpo. Dioses,
que no sea así, ella oraba fervientemente en su corazón. Aparte de los
criminales, aún estaba la pesada lluvia que cayó sin previa advertencia tan
pronto como entró al hospital. Himeko podría caer presa de una neumonía si no
tenía cuidado.
"Bien," la mujer río,
"He visto muchas chicas con ese color de cabello por aquí últimamente,
pero creo que solo una de ellas puede ser llamada linda. ¿Ella vestía el mismo
uniforme que tú, querida?"
"Sí," una gran sonrisa
floreció en los labios de Chikane, "¿ella esta aquí?"
"Lo estaba," la mujer
corrigió, y Chikane sintió como si hubiera sido golpeada por un martillo.
"Ella vino preguntando por el nombre de una paciente, fue a la habitación
de esa misma persona, y después huyó llorando de ese lugar minutos
después."
El corazón de Chikane palpitaba
dolorosamente dentro de su pecho. ¿Himeko... huyó... llorando? ¿Qué le había
pasado?
"¿Hace cuánto pasó eso?"
ella dijo, su voz temblaba como un árbol atrapado en un terremoto.
"Un poco más de quince minutos,
yo diría, niña," la enfermera golpeó sus labios pensativamente. "Pero
no estoy segura."
"¿Sabe qué camino tomó?”.
"Lo dudo," la mujer agitó su
cabeza. "Tengo demasiados pacientes aquí manteniéndome ocupada. Sólo la
note a ella porque se chocó contra alguien al salir. Pobre chica, ella estaba
llorando tanto para ver que había enfrente de ella, Pero entonces, ¿por qué me
preocupe tanto por ella? Ella no es mi amada."
Chikane se sobresaltó ante la
repentina mirada de la enfermera, la cual significaba más que mil palabras. El
calor crecía en sus mejillas mientras una sonrisa aparecía en los labios de la
mujer, probablemente diciendo, ¿Es tuya? Chikane
se preguntó si dio demasiadas pistas mientras preguntaba sobre la chica de
cabello dorado.
"Gracias por toda su ayuda,
señorita," Chikane inclinó su cabeza.
"De nada, querida," la mujer
rechazó el agradecimiento moviendo su mano. "Andá, encuéntrala, y hazla
feliz de nuevo. Se ve como una chica muy buena."
Chikane esperaba no estar
sonrojándose.
Ella se dio la vuelta, y se encontraba
viendo a una delgada joven tan alta como ella, solo que más linda. Chikane
sabía que ella había sido bendecida con un buen aspecto que no cualquiera tenia
pero al estar al lado de esta mujer, apenas destacaba. Chikane podía sentir que
la habitación entera se calmó, cada mirada, de hombres y mujeres, voltearon a
la recién llegada. La enfermera en la recepción la veía – con las manos en su
boca, los ojos a punto de salirse de sus cuencas- como si viera a un ángel en
la Tierra.
El cabello de la joven mujer, caía
como cascada casi hasta sus pies, era del mismo exacto color que el de Himeko,
se veía brillar con un aura que avergonzaba la luz fluorescente en el techo.
Sus ojos, dorados, brillaban como su cabello, eran tan hermosos que Chikane no
podía evitar querer perderse en ellos para siempre. En un abrigo para invierno
de manga larga y cuello alto, y una par de jeans casuales de mezclilla, la
mujer iluminaba la habitación de espera del hospital de la forma en que el sol
iluminaba el mundo. Chikane nunca había conocida a una persona así antes,
aunque de alguna manera, ella parecía muy familiar.
"Perdón por haberla oído,
señorita," la mujer dijo con una sonrisa, su voz sonaba tan linda como si
fuera un ruiseñor, "Resulta que sé
dónde está a quien estas buscando."
"¡Entonces, dígame, por
favor!" Chikane dijo, la esperanza crecía en su corazón.
"En mi camino hacia acá, la vi
sentada llorando bajo un roble cerca de la alberca de la Universidad ," la
mujer contestó. "¿Sabes en donde es?"
"Lo sé." Chikane asintió.
"Gracias." Ella se inclinó ante la mujer tanto como nunca lo había
hecho. De hecho, una parte de ella quería descender hasta sus rodillas y
agachar su cabeza hasta que su frente tocara el piso. No sabía la razón…
Sin perder más
tiempo, Chikane corrió hacia las puertas. Cuando se detuvo y volteo hacia
atrás, como haya sido, la mujer se había ido. La enfermera estaba tecleando de
nuevo el teclado de su computadora con sus dedos gordos, los ojos pegados a la
pantalla del monitor. Las demás personas esperaban en la habitación ya sea
paseando preocupados o leyendo un periódico. Todos ellos no se veían como si
una mujer acabara de honrarlos con su maravillosa presencia. Ellos actuaban
como si la mujer nunca hubiera existido.
En Shingetsu…
Sentado en algún
lugar en el patio trasero del Gran Santuario, Oogami Souma miraba intensamente
la espada de doble filo apoyada en su rodilla. Blandiéndola, el sentía como si
pudiera hacer lo que quisiera. El poder que emanaba en su alma, la fuerza que
abrumaba su corazón era… estimulante. Raien, era su nombre. Con su ayuda, él
derrotó a la maldita mujer de Orochi que le obligó a atacar a Kurusu..., no,
Himeko, el amor de su vida. Orochi... El disgusto agitó su estómago. Era genial
para él hablar sobre ellos aunque el mismo era una Cabeza de Orochi.
Sí, Souma nació
siendo un Orochi, un seguidor del Dios Oscuro de la Sangre y Destrucción. Poco
después de recobrar la consciencia, él había querido morir cuando su nii-san le
contó la verdad. Los Ocho Seguidores de Orochi habían despertado por el llamado
del Dios Oscuro, como él mismo. Le habían enseñado desde su infancia que estaba
destinado a proteger a la gente que amaba, pero con la oscuridad dentro de él,
era imposible saber cuándo resurgiría como un monstruo sediento de sangre.
Después de ayer, se había dado cuenta que la fuerza de voluntad de la que
siempre había estado tan orgulloso era tan frágil como un pedazo de vidrio.
Souma estaba maldito, maldito desde el
día en que nació. Aunque estaba bajo la influencia del Dios Oscuro, eran sus
propias manos las que empuñaban a Raien. Eran sus propias manos la que casi
matan a Himeko. Gracias a los Dioses ella estaba bien, sin embargo, si hubiera
sido dañada, Souma no habría sido capaz de perdonarse. Él era ciertamente un
monstruo, uno que era necesario ser sacrificado tan pronto como fuera posible.
Inesperadamente, algo en su cabeza se
alarmó. ¡Esta sensación… era la que tenía cuando confrontaba a la malvada mujer
de Orochi! ¡Alguien estaba viéndolo desde atrás! Se dio
la vuelta blandiendo a Raien y preparado para lo que sea. A casi cinco metros
de él un hombre joven en un traje negro estaba de pie, mirándolo con
curiosidad. Como un ave atisbando a un gusano, Souma podía decir. Pero
ciertamente, el hombre era un Orochi justo como lo era Souma.
"¿Qué está mal, Séptima Cabeza?
No te ves bien," Dijo el hombre…
"¿Has venido para morir,
Orochi?" Souma contestó severamente.
"Me llamo Girochi, la Tercer Cabeza , a
propósito, Oogami." El Orochi dijo casualmente, ignorando completamente
los pulsos de luz purpura de Raien. "Y estoy aquí para recuperar la Espada Relámpago ,
Es propiedad de Orochi, ya sabrás, y tú ya no eres más uno de nosotros."
"¿Con que esas tenemos? ¡Entonces
tómala si puedes!" La punta de Raien dibujó una espiral en el aire
dirigida a la garganta de Girochi. Souma tenía que admitir que Raien era una
espada monstruosa. Incluso el aire crujía mientras el poder de la espada lo cortaba.
Como sea, Girochi simplemente sonrió y esquivó el ataque saltando hacia la rama
de un árbol.
"Cortesía, cortesía, Oogami. Al
menos deberías dejarme sacar mi espada primero antes de ir por mi vida."
El Orochi alzó su mano derecha y con ella, una espada que era tan brillante
como la superficie de un estanque en calma tomó forma. "¿Por qué tienes
tanta prisa, de todas formas? Al final caerás bajo el filo de Suikyou. Un
minuto o un segundo más que pase no importa mucho."
"¡Vamos,
Orochi!" Souma rugió.
Cerca de la pileta…
Sentada bajo el
roble Kurusugawa Himeko observó el cielo nublado notando mientras era poco a
poco empapada por la lluvia… De vez en cuando le entraban gotas en los ojos y
se rascaba tras cerrar los ojos sólo para repetir esta lastimera acción un
minuto después… El frío le empezaba a calar el cuerpo recordándole que
agarraría un resfriado si es que ya no lo tenía pero se negaba a buscar un
mejor refugio… Pero en realidad no le importaba mucho agarrarse uno ya que vio
partes de la ciudad en ruinas mientras iba hacia el hospital en el auto de
Suzuhara-San… y menos después de saber lo que le había pasado a su querida
compañera de habitación…
La tragedia había
ayer azotada a Mahoraba dejando sólo un rastro de destrucción y tristeza… Todo
fue reducido a polvo y a sangre… Había mucha gente que se quedó sin hogar y
estaban tan desolados que sólo veían el tiempo pasar frente a ellos…
En parte era su
culpa por ser La
Sacerdotisa del Sol, una enemiga de Yamata no Orochi y por
ello él destruyó y mató tanto... En parte por su culpa Mako-Chan vio sus sueños
destruidos… Fue por ello que Mako-Chan no quería verla a la cara… No era más
que un imán para los desastres para la gente que quería y para los ciudadanos
de Mahoraba… ¿Tendría que quedarse en algún lugar donde los ataques de Orochi
no lleguen a dañar a terceros…?
Sí, eso sería lo
mejor… Tenía algo de dinero así que ella podría llegar bastante lejos…
Claro que de ese
modo nunca podría volver a ver a Chikane-Chan pero antes de que ella también
resultara herida por su culpa desearía estar lejos de la chica a la que amaba…
Metió la mano en
los bolsillos. En el izquierdo tenía el regalo que quería darle a Chikane-Chan
que no sabía cómo había llegado allí… En el derecho tenía un papelito escrito a
mano por Chikane-Chan el cual la lluvia ya había disuelto buena parte de las
palabras lo que la hizo volver a llorar…
La situación era
desesperada: poderosísimos enemigos la estaban cazando, su amiga no quería
verla, había perdido su preciado álbum de fotos que contenía tantos recuerdos
con su amada princesa de cabello azulado.... y lo peor de todo es que jamás
podría llegar a confesarse a su primer amor... Himeko se preguntó por qué no se
suicidaba en vez de huir… Por ejemplo ahogándose en la pileta…
Himeko observó
como no podía ser de otro modo que la lluvia elevó el nivel del agua de la
pileta que era ahora de un color oscuro… Sería tan fácil terminar con todo el
sufrimiento ahogándose ahí… o mejor aún en el río cercano con sus corrientes
traicioneras ya que no sabía en verdad qué tan profunda era la pileta…
Se puso de pie y
empezó a caminar hacia la pileta extrañamente tranquila oyendo una vocecilla
que nunca antes había oído que le decía que estaba haciendo lo correcto, que
resistirse ante el suicidio sería un crimen…
Llegó a la pileta
y se metió poco a poco, primero los pues, luego al cintura, luego el pecho y
finalmente el agua le llegaba hasta el cuello… Le empezó a entrar agua por la
boca y la nariz y haciendo terribles esfuerzos de extinguir sus escasas ganas
de vivir se dejó hundió a más profundidad y se preguntó a dónde se terminaba
una yendo cuando se pasaba a la otra vida… si es que había otra vida…
Resultó que no se
dio cuenta de que estaba de vuelta entre los brazos de alguien a la que conocía
muy bien… Lo próximo de lo que se enteró fue de que estaba en una habitación
iluminada por tubos fluorescentes y de que su princesa de cabello azulado tenía
el cabello enmarañado y la ropa empapada… La princesa debió ser la que le salvó
la vida sacándola de la pileta… Parecía que nunca podría llegar a estar lejos
de ella aunque tuviera la intención…
“¿Estás bien,
Himeko?”.
Le preguntó
Chikane apoyando con suavidad una mano en el hombro de Himeko mirándola con
preocupación.
“Tengo mucho
frío…”.
Le respondió
Himeko mientras le temblaba todo el cuerpo…
“Sí, tendrías que
tener frío…”. La voz de Chikane se tensó con más preocupación. “¿En el nombre
de los dioses qué quisiste hacerte en esa pileta…? De no haberte encontrado a
tiempo estarías…”. Pero Chikane se interrumpió… Himeko desearía estar muerta…
“Estás en una
habitación cercana a esa pileta”. Suspiró la princesa Himemiya. “Pero por favor
respóndeme…”.
Himeko cerró los
ojos en un intento de contener las lágrimas… ¿Cómo reaccionaría Chikane-Chan al
saber que quería suicidarse…?
“Si no quieres
decírmelo… me parece… bien…”.
Replicó Chikane.
En la oscuridad
Himeko oyó que Chikane-Chan revisaba cada uno de los casilleros de la
habitación como buscando algo… Y luego Chikane le colocó encima de la frente a Himeko
una toalla empezando a secarle el cabello…
Notó la
respiración de Chikane-Chan en los cachetes y Himeko entreabrió los ojos… Tenía
la cara de la princesa azulada a pulgadas de su propio rostro y casi no podía
contener su deseo de besarla ahí mismo…
“¿Te puedes
mover…?”.
Preguntó la
princesa alejándose un poco de Himeko.
“No puedo…”.
Le respondió
Himeko pero tras oír la respuesta de la princesa se arrepintió de lo que le
dijo…
“Entonces tendré
que sacártelas yo misma…”.
Un ligero rubor le
dio más color a la nívea piel de los cachetes de Chikane.
“Eeeh… espera, no
lo hagas…”.
Himeko estaba
impactada…
“Las tienes
totalmente empapadas y no debes seguir vistiéndolas… Himeko, por favor
perdóname…”.
Himeko estaba
horrorizada…
“No, no lo
hagas…”.
Himeko trató de
rogar mucho más pero le temblaba la mandíbula por el tremendo frío que notaba y
sólo articuló palabras ininteligibles…
Himemiya Ojou-Sama
le sacó la toalla que le ataba el cabello y una vez que la dejó en el piso las
manos suaves de la princesa fueron a desabrochar la chaqueta del uniforme de
Ototachiba. La piel de Himeko se puso como de gallina al notar el aire frío por
los hombros ahora desnudos… y luego por toda la parte superior de su cuerpo ya
también desnudo excepto por el corpiño que cubría su modesto busto… La cara le
ardía de vergüenza al notar la respiración que empezaba a ser agitada por parte
de la de cabello azulado. Notaba que le iba a explotar el corazón por la
impresión de lo que le estaba haciendo Chikane-Chan… Cuando Chikane le sacó la
pollera y las medias trató de ver hacia otro lado para no seguir soltando
jadeos tan fuertes…
Pero sus jadeos se
hicieron más intensos así que era evidente que Chikane nunca pretendió llegar
tan lejos en el santuario Shingetsu.
“Lo lamento…”.
Se excusó Chikane
al inclinarse hacia delante para pasar los brazos hacia la espalda de Himeko
para quitarle el corpiño… Toda la parte de arriba de Himeko hacía contacto con
la princesa excepto por su cara pero estaba apoyada de lado con su hombro derecho…
El cabello mojada y enmarañado de Chikane le acariciaba el cachete… Las yemas
de los dedos fríos de la princesa buscaban los ganchos del corpiño y a cada
leve contacto Himeko se estremecía… Himeko estaba tan concentrada en soportar
la vergüenza que se dio cuenta bastante tarde de que Chikane ya le había sacado
la bombacha…
Chikane empezó a
murmurar…:
“No tengo otra
elección más que dejarse desnuda o te vas enfermar…”.
Le dijo a Himeko
como suplicándole por su simpatía… como si le hubiera hecho algo muy malo…
En cierto modo le
había hecho algo malo…
Un pensamiento
discordante agitó la mente de Himeko… ¿y si Chikane-Chan supiera que era ella a
la chica a la que amaba con todas sus fuerzas…? ¿Himeko, ella misma, se
sentiría así al ser desnudada por Chikane…?
Probablemente no…
Sin decir algo
Himeko deseó que esta pesadilla finalizara rápidamente…
Pero esto no
terminaría rápido…
La princesa de
cabello azulado logró sentar a Himeko sobre la camilla y empezó a pasarle la
toalla con la que había secado la cara y el cabello de la rubia por todo el
cuerpo de su amiga... Himeko se preguntó cómo iba a lograr controlar sus
verdaderos sentimientos para no ser descubierta…
No tenía tiempo
para ponerse a pensarlo pues la tortura más sensual del mundo ya había empezado…
Himeko estaba
perdiendo las fuerzas para controlar las corrientes de voltios que le recorría
el cuerpo a cada pasada de la toalla pese a que antes era peor cuando le estaba
quitando la ropa por tener las manos desnudas de la princesa azulada sobre el
cuerpo… La princesa le secó primero el cuelo y los hombros, luego los brazos y
antebrazos y a continuación cada uno de sus dedos… No dejaría algo de humedad
en el cuerpo de Himeko… Su secado era amable… Era como si le estuviera dando unas
caricias a su amante pero al mismo tiempo era lo más estresante del mundo... En
su alma el marcado deseo fue en aumento… La piel le ardía en ese deseo… La voz
de la razón parecía poco a poco rendirse ante algo mucho más fuerte que parecía
provenir de su amor hacia la princesa de cabello azulado… Los pensamientos y
sensaciones que le llegaron a la mente eran tan vergonzosos por lo indecente
que eran que Himeko jamás se los contaría a alguien… El corazón le latía más
fuerte que un caballo de carrera en plena faena, notaba que las venas y
arterias le estaban por reventar y su cabella estaba tan caliente que el acero
podría quedar reducido a polvo…
La mente se le
quedó en blanco cuando llegaron las pasadas por las tetas y por el valle en
medio de las mismas y luego las siguientes pasadas fueron por su vientre… Todo
el cuerpo lo tenía presa del miedo… y del placer… La segunda superó a la
primera sensación… Cuando Chikane llegó a dar pasadas por la parte más baja del
torso el cansancio, el frío y el placer de su corazón la superaron y Himeko
cayó dormida…
Unos minutos después…
Pero para un rato
después Himeko se despertó vestida con una bata ajustada en la cintura. Estaba
sentada contra la pared y la princesa vestía un atuendo igual al de ella…
Himeko recordó las pasadas con la toalla que le dio mientras estaba desnuda y
por ende ya no sabía qué decirle a Chikane-Chan…
“Oh, ya
despertaste”.
Chikane se puso
codo a codo con Himeko pero esta última se sonrojó sobremanera y se separó a
una distancia de un brazo de la princesa.
“Genial, ya te
puedes mover” Sonrió Chikane. “Así supongo que ya no tendré que cambiarte para
cuando salgamos de aquí”.
“Supongo que así
es…”.
Himeko murmuró
plenamente conciente del alivio y a la vez la decepción del tono de su voz. El
alivio lo entendía… ¿pero y la decepción…? Volvió a sonrojarse… Quizás Chikane
quería volver a tocarla…
“Me alegro de
escucharte…”. Confesó Chikane. “No quisiera volver a hacerlo porque se notaba
que te estuviste poniendo muy incómoda…”.
La risita de
Chikane murió instantes después… y Himeko estudió el piso alfombrado más
sonrojada que nunca…
“Pero en fin,
Himeko, ¿ya estás mejor?”.
Le preguntó
Chikane tras aclararse la garganta.
“Sí…”.
Respondió Himeko
sin mirar aún a la que amaba. Se cruzó los brazos por las rodillas… La princesa
le había visto cada pulgada del cuerpo… Cada pulgada Chikane la había tocado… y
el calor de su contacto permanecería sobre su piel por mucho tiempo… Himeko
dudada que pudiera olvidar los amables cuidados de la princesa y los
sentimientos que había forjado para con ella… No sabía si había sido bendecida
o maldecida… Lanzando un suspiró decidió que era una bendición ya que al fin y
al cabo lo hecho estaba hecho…
Un retumbante
trueno sonó en la lejanía y las luces fluorescentes del sitio se apagaron… Pero
no se sumió el sitio en la oscuridad sino que sólo se puso un poco más tenue…
La lluvia cesó, el cielo se empezó a despejar dejando espacio para una luna
esplendorosa y para unas brillantes estrellas…
Himeko estornudó.
“Himeko, lo
lamento”. Se disculpó la princesa. “No sé dónde está el interruptor para el
aire acondicionado y no me animo a alejarme de vos”.
“No importa,
Chikane-Chan”.
Llegó un segundo
estornudo y un tercero y un cuarto… La humedad golpeó el interior de su nariz
invadiéndole el frío toda la carne… Se estaba empezando a marear… Se frotó los
brazos pero no sirvió de mucho para calentarla…
“Tienes frío,
¿verdad?”.
Le preguntó
Chikane.
“Sí…”.
Admitió Himeko.
“Ven para acá que
será mejor que nos sentemos una al lado de la otra”.
Chikane palmeó el
centro de la alfombra pero Himeko contuvo el aliento.
“No hace falta…”.
Murmuró la rubia
poniendo un poco más de distancia entre ambas…
“¿Estás segura…?”.
“Del todo segura”.
Himeko asintió con
firmeza.
“Muy bien, pero ya
no tendremos que aguardar mucho tiempo más aquí porque llamé a mi chofer para
que nos traiga ropa nueva y llegará en cualquier momento”.
Tras aquellas
palabras de la princesa Himeko se apretó los dientes para que no le resonaran y
se abrazó con más fuerza para evitar temblar. Cuando le dio una mirada furtiva
a la otra chica se dio cuenta de que Chikane no estaba en mejores condiciones
que ella… Himemiya Ojou-Sama tenía la cara pálida que se le podía apreciar aún
con la tenue luz del sitio… Además tenía los labios tan secos que claramente se
le notaban paspados... Era la primera vez que Himeko veía que Chikane no era
tan tenaz como para superar cualquier obstáculo… pues Chikane era también una
chica de la edad de ella misma que podía ser tan vulnerable ante las inclemencias
de la naturaleza como cualquiera… La princesa estaba helada hasta los huesos…
La culpa invadió a
Himeko pues fue por ella que quiso suicidarse en la pileta que Chikane tuvo que
ir a sacarla antes de que cumpliera con su cometido…
“Cambié de idea,
Chikane-Chan”. Himeko se preguntó si ahora mismo ella se estaba volviendo a
sonrojar. “¿Podríamos darnos calor mutuamente…?”.
Al principio
Himemiya Ojou-Sama miró a Himeko con curiosidad pero luego se limitó a
responder:
“Como desees”.
Así fue cómo ambas
se pusieron sentadas una al lado de la otra pero lo que Himeko no se esperaba
es que Chikane le cruzara un brazo por debajo del suyo y con el otro la rodeara
la cintura… Era como si Chikane no quisiera que Himeko se apartara de ella por
miedo a que desapareciera…
El corazón de
Himeko volvió a desbocarse a causa de que desde el abrazo en el Jardín de las
Rosas que la rubia deseaba otro abrazo así por parte de la princesa… De hecho
su timidez innata y el miedo a que Chikane descubriera sus verdaderos sentimientos
eran lo que impedía que Himeko abrazara de esa forma a la de cabello azulado
cada vez que se veían. Pero ahora no debería haber problema ya que era para
mantener una buena temperatura corporal, ¿verdad? Así Chikane-Chan no
sospecharía que estaba enamorada de ella… En silencio Himeko abrazó a Chikane y
esta última no dio muestras de que le molestara dicha acción.
Parecía que el
contacto estaba ayudando a que Chikane recuperara el color en los cachetes y el
calor en las manos que antes estaban heladas al igual que su respiración empezó
a estabilizarse. Las considerables tetas de Chikane subían y bajaban a buen
ritmo siguiendo una respiración cada vez más regular. Se sentía muy bien el
estar tan cerca de la princesa pero Himeko se maldijo por volver a tener
pensamientos lascivos…
“Himeko…”.
Le susurró Chikane
en la oreja notando la aludida el calor del aliento de la princesa azulada.
“¿Sí?”.
“¿Qué pretendías
hacer metiéndote en la pileta?”.
Chikane le había
repetido la pregunta que antes le había formulado pero Himeko dudó en volver a
responderle… pero al final le contó la verdad…
“Trataba de
suicidarme…”.
“¿Pero por qué…?”.
Chikane no mostró
atisbo de sorpresa seguramente porque ya lo sospechaba. Himeko le contó sus
razones o al menos la mayoría de las mismas… Mantuvo oculta la desesperación de
nunca poder volver a estar al lado de Chikane porque bien sabía que la otra
chica podía llegar a sospechar con ese conocimiento puesto que la princesa era
muy inteligente… y claro está tampoco le contó sobre la vocecita que la incitó
a hundirse en la pileta ya que no quería que la tratara como una loca por andar
escuchando voces de la nada…
Cuando terminó de
hablar Himeko esperaba que Chikane le gritara pero en cambio la otra chica se
limitó a abrazarla un poco más fuerte…
“Himeko, ya
sufriste mucho… Sólo quisiera aliviarte un poco el dolor…”.
Aunque sus
palabras eran sencillas la angustia se notaba a la lejanía en su voz... y eso
decía más que cualquier palabra que ella pudiera llegar a pronunciar… Himeko se
conmovió…
“Chikane-Chan, no
tendrías que haberme dicho algo así…”.
Himeko dejó que
las lágrimas le surcaran los cachetes.
“¿Por qué no…?”.
“Porque si sigues
siendo tan buena conmigo no podré seguir a tu lado…”.
“¿Te empezó a
fastidiar mi presencia? ¿Acaso te ofendí de alguna manera…?”.
El miedo atenazaba
la voz de la princesa.
“¡No! ¡Para nada!
Es sólo que no quiero que seas dañada por Orochi…”. Anunció Himeko con
tristeza. “Y no quiero que lo mismo te pase a vos…”.
“¿En serio? Pero
no me molestaría gran cosa si ese fuera el caso…”.
Chikane suspiró
con alivio.
“No lo
entiendes…”.
Himeko tuvo que
callarse al notar que Chikane le puso un dedo en los labios… Lo notaba tan
suave y cálido…
“Sos vos la que no
entiende… Aunque no estés conmigo no hay garantía de que yo esté a salvo…”.
“¿Eh…?”.
Himeko parpadeó…
“Parece que nunca
te preguntaste por qué el Sumo Sacerdote nos contó la historia de Orochi a las
dos… Yo también tengo una marca que me apareció ayer en la espalda… Él la llamó
la cresta de la sacerdotisa de la luna…”.
“¿Quieres decir
que…?”.
“Sí, soy una
sacerdotisa de Kannazuki… Soy la sacerdotisa de la luna…”.
“Pero… pero…”.
Antes de que
Himeko llegara a articular algo más se lanzó a abrazar con más fuerza a Chikane
y lloró en su seno…
“Sí, soy tu
contraparte. Soy tu compañera de combate”. La princesa Himemiya acariciaba con
suavidad el cabello de Himeko. “Lucharemos juntas así que no hace falta que te
preocupes de esa manera por mí…”.
Chikane dejó de
hablar… Se puso tensa… Volteó la cabeza hacia la puerta de los vestuarios… y
allí había un joven apuesto y flaco vestido con traje de clase alta… Himeko
también lo vio y le recorrió un escalofrío por la espalda… ¿Cuándo llegó y por
qué no llegaron a escuchar ni un ruido…?
“Sacerdotisas, no
son lo que esperaba…”.
La voz del hombre
le suena familiar a Himeko… ¿podría ser la voz que le habó a la mente hace un
rato…?
“¿Quién y qué
sos…?”.
Le preguntó con
frialdad Chikane… Ambas chicas se pararon pero Chikane se puso entre el tipo y
Himeko como queriendo protegerla…
“Me llamo Girochi
Tokiya y soy la tercera cabeza de Orochi”.
Girochi esgrimió
una sonrisa burlona mientras blandía una afilada y brillante espada…
Himeko largó un
chillido. El hombre era uno de los ocho seguidores del Dios Oscuro…
“¿Qué quieres de
nosotras?”.
La princesa de
cabello azul preguntó con frialdad glacial.
“Es a vos lo que
yo quiero…”. Apuntó la espada a Himemiya Ojou-Sama. “En cuanto a la sacerdotisa
del sol puedo ir a ahogarse en un charco por lo que me importa…”.
“Te recuerdo…”.
Himeko ardió de rabia. “¡Fuiste vos el que me habló a la mente para que me
ahogara en la pileta de natación…!”.
“¿Cómo dices,
Himeko…?”.
Chikane la miró
por un segundo y luego volvió la vista al Orochi.
“Así es, todo fue
gracias a Suikyou”. El tipo acarició parte del filo de la espada. “Le di unas
sugerencias a la sacerdotisa del sol…”.
“Sos un
monstruo…”.
La ira de Chikane
crecía en su tono de voz.
“Gracias por el
halago”. Girochi se tomó las palabras de Chikane con gracia. “Y para mostrarles
mi agradecimiento les demostraré lo que esta espada puede llegar a hacer”.
El sitio fue
invadido por una luz azul que hizo añicos una vez más la conciencia de Himeko…
Unos instantes después…
Girochi rió con
más fuerza cuando vio caer hacia delante a la sacerdotisa del sol… ¡Pero qué
debilucha! Ni siquiera tenía la fuerza para poder contrarrestar el poder de
hipnosis de Suikyou… Girochi siempre notó repugnancia por los debiluchos pues
los consideraban seres inferiores que no merecían vivir… Lástima que sobrevivió
a su orden sutil de ahogarse en la pileta… Era conciente de que el Amo Orochi
había ordenado que por hoy dejaran en paz a las sacerdotisas pero no sería un
gran problema eliminar a una de las dos sin que se enojara demasiado… Al fin y
al cabo si Himeko se suicidaba era casi por entera culpa de ella y no de
Girochi…
Girochi se
encargaría de la debilucha más tarde pero ahora podía hacerle lo que quisiera a
la sacerdotisa de la luna…
Himemiya Chikane
estaba de rodillas en el piso alfombrado luchando con todo lo que tenía para
soportar el poder de Suikyou… Himemiya era fuerte justo como las chicas que le
gustaban al Orochi… y en verdad la sacerdotisa lunar era realmente muy guapa…
“Deja de
resistirte”.
Le ordenó Girochi
y la sacerdotisa de la luna quedó por fin inmóvil ante los poderes de Suikyou…
Ya era hora de gozar…
“Desvístete”.
Girochi sonrió al
ver que la sacerdotisa se empezaba a desatar la gaza… pero el Orochi notó una
cuarta presencia en el sitio…
“¿¡Quién anda
ahí…!?”.
Girochi dio un
espadazo cuando se dio la vuelta destrozando parte de la pared del vestuario.
Bajo la luz de la
luna Girochi y la otra persona que se presentó ante él estaban a una distancia
de varios metros enfrentados entre sí. Se trataba de una mujer aún más bella
que la sacerdotisa de la luna, de cabello plateado que le llegaba hasta los
talones y de ojos plateados como ninguna mujer de la tierra tenía. Siendo
Girochi lujurioso como era trató de hacerla arrodillarse ante sí… pero casi no
se dio cuenta del tremendo poder que poseía la mujer… ¡En nombre del Amo
Orochi! ¡Qué locura de poder que poseía esta mujer…! Seguramente ni todos los
Orochi juntos podrían llegar a vencerla…
“Girochi Tokiya,
escogiste a la peor mujer para salir a citas”.
La sacerdotisa de
la luna fue la que le habló. Su voz era de hielo, tranquila, serena y
despectiva... La chica ahora estaba parada y lo miraba fijamente a los ojos con
aquellos orbes zafiros que poseía…
“Vas a pagar por
lo que hiciste…”.
Girochi comprendió
que la mujer de cabello plateado controlaba a Himemiya Chikane pues sus labios
se movían al mismo tiempo que los de la entrometida…
La mano de
Himemiya Chikane se movió tan rápido que antes de que Girochi Tokiya pudiera
llegar a reaccionar ya la tenía en el pecho… Una onda invisible lo azotó y lo
lanzó contra el borde la pileta… Girochi notó que casi todos los huesos le
fueron destrozados al estrellarse la espalda contra el piso de hormigón…
“Lastimera
criatura de la oscuridad…”.
La sacerdotisa de
la luna que levitaba sobre él volvió a levantar la mano y Girochi Tokiya
esperaba el remate… Pero enseguida sacó fuerzas de flaqueza y utilizó a Suikyou
como palanca para lanzarse con todo contra la mujer de cabello plateado… Pero
la de cabello plateado se alejó de inmediato del Orochi y ya estaba al otro
extremo de la pileta… Girochi se sorprendió al ver que el agua no ondulaba ni
un poco cuando la mujer se posó sobre la superficie líquida de la pileta… Pero
con Suikyou él también poseía la habilidad de desplazarse sobre la superficie
del agua… El segundo ataque de la entrometida le dio también de lleno a Girochi
pues apareció Himemiya Chikane donde ella se encontraba hasta una centésima de
segundo antes… Girochi Tokiya trató de
apartar la espada pues no tenía intenciones de matar a la sacerdotisa de la
luna... Pero esta última ya sostenía con el pulgar y el índice la punta de la
hoja de la espada… Pero el tercer impacto destruyó la confianza que se tenía
pues no podía mover ni un ápice la espada y tampoco su propio cuerpo…
“Sos un estúpido,
jamás podrías dañar a mi funda y menos a mí misma. Tercer Orochi, te diste demasiados
aires de superioridad”.
Girochi Tokiya
quedó estupefacto pues la mujer sabía que lo que blandía era sólo la mitad de
la espada denominada Suikyou y que él mismo era sólo un reflejo del tercer
Orochi… Bien sabía la mujer que Suikyou poseía el poder de controlar el agua,
la mente humana y la capacidad de hacer una copia de sí misma y de hasta su
propietario. Girochi quería vengar a su Aneki por haber sido vencida por Raien…
Girochi Tokiya no tenía miedo de Raien puesto que Suikyou tenía la suficiente
potencia como para defenderlo pero también sabía que Raien podía suprimir su
poder dentro de su rango…
Entrar en ese
rango significaba la supresión de todo otro poder mágico… Pero Girochi sabía
algo que los demás no y era que el tal Souma dependía por entero del gran poder
de Raien pues no era más que un patán ignorante que la blandía sin ton ni son… Lo
sabía porque observó la pelea entre Miyako y Oogami… Souma apenas podía
controlarla… Con Suikyou podía dividirse en dos, una mitad conteniendo toda la
fuerza bruta y la otra todo el poder mágico y atarlo por ambos lados dándole
así una muerte insignificante… Estaba seguro de que así podía eliminar a Oogami
Souma y a las sacedotisas que eran las únicas amenazas reales para su Gran
Señor Orochi… Parecía que su plan no tenía falla alguna pero nunca se imaginó
que las sacerdotisas tuvieran otra aliada tan inmensamente poderosa…
“Acólito de la
oscuridad, considera esto una lección pues nunca encontrarás la paz en tu
muerte”.
Un aura de luz
plateada casi lo cegó.
“El corazón de la
única y verdadera luna…”.
Susurró la de
cabello plateado y el pilar de luz recientemente invocado se destrozó en mil
pedazos. No iba a fallecer cuando su otra mitad aún vivía sí que seguramente
luego podría llegar a vengarse…
Otros instantes después…
Parsimoniosamente
Yue colocó en la misma posición en la que se encontraban Chikane y Himeko antes
de que se presentara el acólito de Orochi.
“Adiós, queridas
hijas mías”.
Les dio a ambas un
beso en el cachete y cuando finalizó de borrar los recuerdos del tercer Orochi
de sus mentes y de colocar una barrera para proteger sus almas de los trucos
mentales de ese acólito pensó que el despreciable asesino ya no podría molestar
a sus hijas de momento… De momento estaban a salvo…
Unos segundos después…
“De hecho me
gustaría que vinieras a vivir conmigo…”.
Le anunció Chikane
a Himeko.
“¿Me dejarías
vivir con vos…?”.
“Sí”. La otra
chica le sonrió con ternura. “No tienes a dónde ir, ¿verdad? Entonces ven a mi
casa…”.
“Supuse que
Oogami-Sensei querría mantenerme en los aposentos de Shingetsu…”.
“Él no tiene algo
que ver con es propuesta mía”.
Oogami-Sensei
seguramente no estaba muy contento por haber doblegado esa parte de su plan
ante Chikane Ojou-Sama.
“Estás muy
callada… Himeko, ¿quisieras venir a vivir conmigo?”.
“Lo que pasa es
que estoy tan feliz que no puedo decir algo en concreto…”.
Le informó Himeko
apretando la cabeza contra el pecho de Chikane. Vivir con Chikane e ir a la
escuela con ella todas las mañanas era un sueño hecho realidad para la rubia.
“Me parece muy
bien…”.
La otra chica
largó unas risitas.
Unos minutos
después el chofer de Chikane llegó con ropa nueva para que se cambien.
Cuando Himeko se
sentó al lado de Chikane en la limusina se puso muy contenta. Ahora tenía un
nuevo hogar en el cual quería pasar el resto de sus días con la persona a la
que amaba con todo su ser.
Medio minuto después…
De pie al lado de
la pequeña construcción Oogami Souma vio cómo se alejaba el auto que
transportaba a Chikane y a Himeko. Se sorprendió pues nunca las había visto
juntas más de una sola vez…
En cualquier caso
las fans de Miya-Sama se enojarían con Himeko… Bueno, él notaba algo similar
aunque por una razón diferente… La relación entre ambas le parecía extraña…
Eran amigas, sí, pero Souma veía algo más fuerte que sólo amistad entre ellas…
Al despertar en él los poderes de Orochi podía percibir con mayor facilidad las
emociones entre los humanos… y lo que él percibió entre Himemiya Chikane y
Himeko fue… inquietante…
Bueno, más tarde
se preocuparía de esa cuestión al igual que se había encargado del mal nacido
de Girochi… Cuando Souma se alejó del templo Shingets para luchar contra Girochi
en el bosquecillo se dio cuenta de que en vez de ser un pelotudo el Orochi era
muy bueno blandiendo la espada… La mayor parte del tiempo Souma se vio obligado
a estar a al defensiva… A cada ligera oportunidad Girochi apuntaba a las partes
vitales de Souma… Cada vez que las hojas de sus espadas chocaban soltaban
chispas… Hubo un momento en que logró un contraataque que puso de espaldas al
suelo al Orochi… Entonces activó los poderes de Raien pero Girochi esquivó con
suma facilidad el ataque relámpago que dio contra unos árboles y contra unas
líneas eléctricas pero nada más… Luego Girochi reanudó sus ataques… Souma se
dio cuenta de que era una pelea que no podía ganar…
Pero cuando estaba
por dejar tirada a Raien por el cansancio Girochi eructó borbotones de sangre…
El hombre cayó al suelo y Souma aprovechó para rematarlo con Raien y el Orochi
quedó reducido a polvo…
Tras la pelea
Souma se apresuró en ir hacia donde estaban Chikane y Himeko… pues los poderes
de Orochi le permitían además detectar sus energías mágicas… Pensó en que menos
mal que Girochi cayó derrotado porque podría haber sido el fin de ambas
sacerdotisas…
También pensó en
que algo tremendo había pasado entre Chikane y Himeko pero era demasiado tarde
para que Souma se enterara de qué se trataba con exactitud…
El auto ya casi
había salido de su rango de visión… El hecho de que Himemiya hubiera invitado a
vivir con ella a Himeko era molesto para Souma… Por lo que alcanzaba a leer
Himemiya Chikane ocultaba grandes y profundos sentimientos hacia Himeko y lo
mismo pasaba para con la chica que le gustaba…
Aunque era
preocupante el hecho para él Souma abrió un portal que lo llevó a Shingetsu. Se
quedó inmóvil unos instantes pero con su visión mejorada distinguió algo al pie
de un roble… Se trataba de una cajita de regalo que estaba envuelto con papel
plateado en la que se leía una nota que decía: “Feliz cumpleaños,
Chikane-Chan”. Souma había hecho levitar la cajita de regalo con los poderes de
Raien y también la utilizó para darse cuanta de lo que contenía la cajita sin
abrirla… Las manos se le congelaron cuando lo supo…
En otro lugar…
A media que el
tercer Orochi se disolvía y volvía al templo de los Orochi Yue se llevó la mano
a los labios… Hubo un evento de los acontecimientos que no previó… Oogami Souma
que ya estaba del bando de las sacerdotisas no luchaba contra los Orochi por el
bien de la humanidad toda sino por el bien de Kurusugawa Himeko… No importaba
demasiado… el ex Orochi no representaba una amenaza real para las sacedotisas… Como
siempre todo recaía sobre ambas sacerdotisas si es que el ciclo maldito se
volvía a repetir o no… ¿Cómo era que el destino podía llegar a ser tan cruel…?
“Y yo que pensaba
que nunca romperías unas sola regla del Cielo…”.
Le dijo Yui a Yue
materializándose de la nada.
“Sos conciente de
que Padre no estará para nada contento si se entera de que interviniste,
¿verdad?”.
“No tiene
importancia”. Le respondió Yue sin darle una mirada la recién llegada. “Era Ao…
digo, Himemiya Chikane; la que luchó contra el tercer Orochi”.
“¿En serio crees
que Padre no se enteraría de que estaban moviendo los hilos…?”.
“¿Y vos qué…? También
estás moviendo unos hilos por tu entera cuenta…”.
“¿Por qué será que
no me acuerdo...?”
Yui se hizo la
tonta.
Cuando Yue iba a
decirle algo mordaz a Yui un portal se abrió a unos metros de ambas y de él
salió un Santo Mensajero…
“Mis disculpas,
Yui-Sama y Yue-Sama…”. El hombre puso una rodilla en el suelo. “El Gran Señor
está enojado y quiere verlas así que vengan conmigo enseguida”.
Yui se molestó
pues los Santos Mensajes parecían estar en todas partes hiciera lo que hiciera
para evitarlos… pero luego notó escalofríos pues se preguntó cómo era que Padre
se enteró tan rápido se la intervención de ambas…
“Dale, Yue-Chan,
vayamos con Padre que no quieres hacerlo esperar, ¿verdad?”. Y antes de entrar
al portal Yui agregó algo más. “Pero parece que nunca se te quitará esa
aversión tras todos estos años, ¿no crees?”.
Yui entró al
portal tras regalarle una sonrisa a Yue…
Yue pensó que Yui
realmente NO tenía ni idea...
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